Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

31 de diciembre de 2012

“Hagan esto en memoria mía”.

De Jesús lo que más ha quedado en nuestra memoria y en la memoria del pueblo es el sufrimiento, quizá porque es lo que vivimos todos los días o porque es más fácil identificarnos con el dolor y el sufrimiento que con el gozo y la felicidad. Generalmente la visión que tenemos en nuestra vida es negativa, frustrante y sin esperanza. Los rostros de Jesús que tenemos en nuestros templos realmente son bonitos, bien hechos y muy masculinos pero en esos rostros sólo se expresa dolor y el dolor en la vida de Jesús no ocupó la mayor parte de sus años de vida. Jesús fue un hombre normal y el dolor y el sufrimiento los asume con sentido.

Jesús vivió una vida apasionada y por eso su pasión se hace soportable, llevadera, aguantable. Al final de la pasión es Jesús el que triunfa sobre sus enemigos porque resucita y nos da la vida eterna, la vida verdadera: “Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1,1-18). La pasión de Jesús como la pasión del pueblo es partirse y repartirse, porque hay más alegría en el dar que en el recibir. La entrega de Jesús queda eternizada en el mismo gesto que el sacerdote hace en la consagración del vino y del pan. “Hagan esto en memoria mía”.

Dice el dicho popular que “el que comparte y reparte se queda con la mejor parte”. Se  supone que, quien comparte da de lo suyo y, quien reparte,  reparte de lo suyo; por lo tanto, “quedarse con la mejor parte” es quedarse sin nada y quedarse con todo, es decir: quedarse con las manos vacías por amor como la viuda y quedarse con todo porque Dios es nuestro mejor y mayor tesoro, quedarse con las manos vacías es llenárselas de las bondades de Dios, es quedarse con Dios, con el reconocimiento de Dios.
Un hombre o una mujer que es capaz de renunciar a todo por el amor a su Creador es una persona que vive en carne propia su mayor oblación. Es quedarse con Dios como Tesoro, aunque se quede sin nada para sí mismo o sí misma. Hay que hacer el bien sólo por Dios: “Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su Padre que está en el cielo” (Mt. 6,1).

La palabra de Dios dice que cuando se da una ofrenda que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha y que sólo el Padre que ve en lo escondido recompensará (Mt. 6, 2-4), la ofrenda o la ayuda a otras personas es importante, es cristiano pero lo más radical para el cristiano y la cristiana es ser él o ella misma ofrenda al estilo de Jesús: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Porque Jesús se da a sí mismo se convierte en el único mediador ante Dios, como lo va a interpretar el redactor de la Carta  a los hebreos: “ Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo…Todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas”( Heb. 10, 9-10).

“El que afirma que permanece en Cristo debe de vivir como él vivió” (1 Jn. 2, 3-11). Vivir la pasión de Jesús en medio de su pueblo como pueblo es vivir la cotidianidad del día a día, pero el sufrimiento como el amor son sentimientos y realidades humanas que se deben asumir con sentido cristiano, con el sentido que le dio Jesús al recordar que para que se dé una nueva cosecha de trigo el grano debe caer en tierra y morir, podrirse, desaparecer. Para que nazca un nuevo día, una madrugada de resurrección el sol debe desaparecer al caer la tarde.

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