Aprendamos bien la lección:”Beberán
mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me
toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo
tiene reservado”. Hagamos
Iglesia en comunión, uniendo lo que somos y tenemos y poniéndolo “al servicio
del bien común” en la comunidad. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y el cuerpo
es uno aunque tenga diversidad de miembros (1 Cor. 12, 12-30).
La Iglesia es ante todo comunidad
de personas creyentes, que viven la Palabra de Dios; celebran, sirven y aman
(Hch. 2, 42-45). “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a
la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones… Acudían al
Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan
por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón”
(Hch. 2, 42. 46). (C.I.C 2178). Esta práctica de la asamblea cristiana se
remonta a los comienzos de la edad apostólica (Cf. Hch. 2, 42-46; 1Co 11, 17).
Antes de Jesús no hay Iglesia y menos Iglesia católica; no hay asamblea
de personas creyentes en él. La fe en Jesús es posterior a su propia fe como
hombre Judío. La fe de Jesús, que es la fe que conocen sus discípulos y
discípulas, es la fe que les transforma la vida porque les llama a unirse al
trabajo, pero la fe en Jesús comienza a extenderse, primero como fama, segundo
como testimonio de quienes le conocieron y tercero el motivo fundamental del anuncio,
encargo del resucitado: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a
todas las criaturas” (Mc 16,15). Vayan es envío
comunitario; todo el mundo es todas las naciones; prediquen, anuncien la vida de
Jesús; a todas las creaturas es ser enviados y enviadas a la comunión en la fe. La fe de los fieles es la
fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se enriquece
cuando se comparte. (C.I.C 1342)
Antes y en el tiempo de Jesús existía el “Pueblo de Dios” (Dt. 26, 16-19), el templo en Jerusalén, y las sinagogas en los pueblos y ciudades
fuera de la gran metrópoli (Mt. 9,35). Su primer grupo humano, su primera
comunidad fue su familia y sus “parientes”, parte integral del pueblo escogido,
del “Pueblo de Dios”; como judío acepta que la salvación viene de la revelación
de Dios a los judíos (Jn. 4, 22) a través de la historia (Jn. 4, 1-45).
Jesús como persona judía del siglo I, asume en su totalidad la cultura y
la religiosidad de su pueblo, pero a
partir del bautismo “la vida le cambia”, se convierte al Evangelio de Dios y a su reinado, reinado de misericordia y justicia.
Jesús convoca a la comunidad de discípulos y discípulas que serán sus amigos y
amigas y su nueva familia: ¿Quién
es mi madre y mis hermanos? Luego, mirando a los que estaban sentados a su
alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la
voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc. 3, 20 – 35). Jesús
supera no sólo el nacionalismo, sino la concepción localista y racial del
prójimo, él va más allá de los lazos de sangre con su familia, va más allá de
los lazos raciales como judío perteneciente a los hijos de Abraham, y va más
allá de los lazos religiosos y piadosos del judaísmo.
En el grupo de Jesús hay hombres y mujeres (Lc. 8, 1-3), de toda
condición social, cultural, ideológica y económica. Su grupo, su comunidad es
heterogénea; la comunidad de discípulos y discípulas está unida a él por amor a
su persona y por amistad, sin embargo “lo muy humano de esos hombres y mujeres”,
requiere de “formación permanente” (Lc. 6, 36-38), para enderezar lo torcido,
abajar los montes, subir los abismos y edificar una calzada, un camino de
seguimiento parejo, de igualdad y fraternidad.
Reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y retomando el misterio de la
encarnación, Jesús nace en comunidad, en esa comunidad de amor que es Dios, el
Dios trinitario que se deja entrever en el Antiguo Testamento y que se
manifiesta en el Nuevo; no sólo vivió en comunidad, sino que nos enseña que el
seguimiento se vive y se hace en comunidad, en comunión, en común unidad y en
común unión. La unidad es el vínculo externo de la unión interna del grupo de
seguidores y seguidoras. La diversidad les enriquece y el protagonismo les
divide. Jesús debe ser motivo de unidad: “Nadie va al Padre si no por mí” (Jn.
14, 9).
La Iglesia que nace del martirio del Señor y que se consolida con la
experiencia del resucitado es la Iglesia que ha fundado Cristo en sus apóstoles, con sus enseñanzas, su
catequesis; su testimonio de vida como persona creyente y su pastoreo como
hombre comprometido con Dios y su causa (1Pedro 5,1-4); Jesús como Maestro nos lleva por el “camino del servicio y por el criterio del
amor misericordioso”
(Mt. 20, 17-28); Jesucristo ha nacido
del agua y del Espíritu en el bautismo, Teofanía del Padre, Dios se revela
como comunidad, como unidos en la
diversidad de personas (Lc. 3,
15-16.21-22) ; con la eucaristía , banquete de despedida y de amor
incondicional Jesús es uno con sus amigos y amigas, se parte y se comparte por
amor; y con la ascensión-confirmación, con la venida del Señor en la tercera
persona, el resucitado nos comparte a la tercera persona, presente desde la
creación del mundo. El Espíritu del resucitado es el que nos impulsa a vivir
como personas resucitadas cada día. “Vayan por todo el mundo y anuncien el
evangelio”; vayan por todos los rincones de la tierra y proclamen, anuncien,
den a conocer la Buena Nueva.
Jesús como Señor resucitado le apuesta a la animación de la comunidad de
amigos y amigas, discípulos y discípulas y finalmente como apóstoles. La
Iglesia, comunidad debe estar unida por el amor y la amistas, por el
seguimiento en comunidad y por el anuncio de aquel que es uno con el Padre y
que espera que todos y todas nos amemos y seamos hermanos y hermanas:” En cuanto a ustedes, no se
hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos
ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen "padre", porque no
tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco
"doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. El mayor entre ustedes será el que los sirve,
porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado” (Mt. 23, 1-12). El no
“se hagan llamar grandes…”, tiene un sí háganse serviciales y humildes. Amor,
servicio y humildad son rasgos de Jesús y deberían ser también de la Iglesia.
“Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el
domingo, el día de la resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían
para "partir el pan" (Hch. 20,7). Desde entonces hasta nuestros días
la celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la
encontramos por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura
fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario