La palabra cuaresma viene del
latín “cuadragesima dies”. Son
cuarenta días antes de Pascua. Es un tiempo de preparación para la Pascua, comienza
el “Miércoles de Ceniza” y finaliza el Jueves Santo antes de la misa vespertina
de la Cena del Señor, con la que se inaugura el Triduo Pascual.
Conversión y fe van juntos: “Conviértete
y cree en el Evangelio”. Con esta frase antes de la imposición de ceniza se
invita a la persona a entrar en un proceso de conversión; la conversión es una
aptitud que busca cambiar nuestras actitudes, en este cambio de dirección, que
se inicia en nuestro interior, la fe se
traduce en reflexión, profundización, cambio y acción. Quien entra en este
proceso de conversión paulatino cree en la eficacia del Evangelio. No podemos
olvidar que Jesús como Buen Pastor (Jn. 10, 11-18), vino por las personas
pecadoras, no por las santas; vino por las personas enfermas y no por las sanas
y que deja las noventa y nueve ovejas por “la perdida, la sucia, descarriada,
enferma y embarrancada” (Lc. 15, 1-10).
El Evangelio es la fuerza de Dios
que nos transforma. Dicho de otra manera, el Evangelio es la semilla que crece
por sí sola (Mc. 4, 26-34), estemos dormidos o
despiertos, sea de día o de noche, estemos
conscientes o no, germina en la tierra que la ha acogido. La tierra da fruto
por sí misma. Jesús compara a las personas creyentes como tierra que acoge la
Buena Nueva. Como terreno que acoge la semilla, toda persona está apta para el
cambio, pero no todas nuestras actitudes dan muestra fehaciente de nuestra
conversión. Dice un dicho popular que “las palabras convencen pero las obras
arrastran”. Cada quien da según su
capacidad.
Cuaresma no es dejar de comer
carne. Cuaresma es dejar de comer prójimos y prójimas en nuestras
conversaciones. En la vida ordinaria es mejor satisfacer el estómago con comida
nutritiva que vaciar el corazón criticando, compartiendo veneno y ponzoña, porque
esto destruye la vida personal y comunitaria. La comunidad debe ser como un
campo llano, engramado y cultivado como un jardín donde todos y todas nos
sintamos agradables. La comunidad no puede ser como un campo lleno de espinas,
piedras, abismos y resequedad. En un ambiente inhóspito todo muere. Como dice
Jesús lo que nos hace personas impuras, o indignas, no es lo que entra en nuestro
cuerpo, sino lo que sale de nuestro corazón, “porque de dentro, del corazón del ser humano, salen los malos propósitos, las fornicaciones,
robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno,
envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y
hacen al ser humano (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23).
Cuaresma es dejar de mordernos,
es dejar de lastimarnos en nuestras relaciones interpersonales, familiares, conyugales,
laborales o en nuestro compromiso cristiano. Es arrepentirnos con “hechos” de nuestro
enorme egoísmo, de nuestra falta de amor, misericordia y compasión. Es
arrepentirnos de nuestro constante irrespeto hacia los y las demás: “Acepten dócilmente la palabra que ha sido
sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Llévenla a la práctica y no se
limiten a escucharla, engañándose ustedes mismos. La religión pura e intachable
a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus
tribulaciones y no mancharse las manos con la maldad de este mundo” (Stgo. 1,17-18.21-22.27) .
Creer en el Evangelio es creer en
una Buena Noticia, una buena noticia de Dios para cada uno y cada una; es creer
que la Buena Nueva de Dios es Jesús de Nazaret. Esta buena nueva, este hombre
evangelio anuncia la liberación de toda clase de yugo. Jesús iluminado por la TANA’J
o Biblia hebrea, descubre en los profetas no sólo la voz de Dios, sino la
esperanza, la compasión y el amor preferencial de Dios hacia los y las pobres (Lc.
4, 18-21). Creer es confesar con los labios, que Jesús es el Señor y confesar
con el corazón que Dios lo resucitó. “Hay
que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para
alcanzar la salvación” (Rom. 10, 8-13). Proclamar con la boca es anunciar y
compartir nuestras vivencias cristianas. Es anunciar lo que vivimos, no sólo lo
que creemos.
Caminemos, pues, en estos
cuarenta días de preparación, a la luz del Señor. No se puede vivir la vida con
los ojos cerrados o viendo hacia el suelo,
viendo hacia abajo, llevando en nuestras espaldas una joroba. Debemos vivir la
vida con los ojos abiertos, contemplando, meditando y saboreando el amor de
Dios todos los días; debemos caminar en la vida, erguidos y erguidas no de
orgullo, sino de dignidad. La fe es ver lo posible en lo imposible porque es
obra de Dios; la conversión es cambiar lo imposible en lo posible, poco a poco, sin prisas, arrebatos y
fanatismos, haciendo de nuestra vida un camino llano, sin tropiezos y sin
ataduras. Es bienaventurada la persona que escucha la Palabra y la práctica.
Estupendo que el Señor nos conceda entrar en la realidad de este tiempo. Arrancando con una buena confesion
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