En lo más hondo del corazón
humano existe la bondad, existe algo que nos fue dado como tesoro para hacernos
valiosos y valiosas; como tesoro a los ojos de Dios, pero nos fue dado no para esconderlo, sino
para compartirlo. No se vale ser persona valiosa y seguirlo escondiendo por temor, timidez, egoísmo o baja
autoestima. Los tesoros tradicionalmente son presentados como algo valioso que debe esconderse;
en el cristianismo encontrar un tesoro es llenarse de alegría y desprendimiento; la alegría y el asombro
es tanto que se deja todo (Lc. 5, 10-11)
y se vende todo (Mt. 13, 44). En cuaresma el tesoro es encontarnos con un Dios que nos da una nueva oportunidad: “Todavía es tiempo. Vuélvanse a mí de todo
corazón, con ayunos, lágrimas y llanto; enluten su corazón y no sus vestidos”,
dice el Señor (Joel 2, 12-13). Un Dios que solicita cambios en lo más humano de nuestra humanidad, el corazón, y no sólo en los ritos y en las apariencias.
El Dios que nos presenta el
profeta Joel rompe el "acartonamiento" que durante muchos
siglos ha falseado al Dios de Israel, al Dios de Jesús y al Dios de los
cristianos y cristianas. Este Dios es un Dios que pide al ser humano que
regrese, se acerque, que vuelva con una actitud distinta, una actitud de
humildad y no de auto aniquilamiento, de
amor y no de temor, de libertad y no de sometimiento. El ser humano debe acercarse a Dios, a YHVH, con
amor y libertad. El profeta Joel nos invita a volvernos a Dios porque él es “compasivo
y misericordioso, lento a la cólera, y rico en clemencia, y se conmueve ante la
desgracia. Volver a Dios es volver al amor y la libertad para salir de él
cargados y cargadas de amor y libertad. Volver a Dios es convertirnos. LLenarnos de amor y libertad es conversión. ¿Qué Dios se presenta a sí mismo con un
corazón abierto, mostrando su total
intimidad e invitándonos a entrar a lo más santo de lo santo?
La persona "normal" quiere ser
buena, ansía ser buena, procura ser buena. Es "rara" la persona que tiene como
ideal la maldad, aunque la excepción puede confirmar la regla. Todas las
religiones buscan agradar a Dios a través del sacrificio, del sufrimiento y los ritos, pero Dios busca que la persona asuma libremente una
serie de normas, leyes y decretos para ordenar su vida hacia el bien. La
norma en sí misma lastima la libertad personal y comunitaria, somete al amor
por la obligación. La norma se vuelve obligación. La norma ha sido hecha para hacer el bien, pero se convierte
en fuente de pecado, soberbia,
intolerancia, razón de desobediencia, de trasgresión jurídica y yugo pesado e inhumano. La norma, la
ley, no salva si no es capaz de sobrepasar lo legal para interiorizarse como una
convicción, como algo que está escrito con tinta de amor en el corazón: “Yavé, tu Dios, circuncidará tu corazón y el
corazón de tus descendientes para que ames a Yavé con todo tu corazón y con
toda tu alma y para que vivas…Tú volverás a escuchar a Yavé y pondrás en
práctica todos sus mandamientos, que yo te prescribo hoy” (Dt. 30, 6.8). Jesús nos enseña constantemente en su vida que el ser humano y sus necesidades son mucho, pero con mucho, más importantes que la religión, que el culto, que las instituciones sagradas.
El Dios que es totalmente
libre y nos hace totalmente libres, nos da la capacidad y la libertad de
discernir, escoger y decidir. Él confía en nuestro sano juicio, en nuestro
libre albedrío. Dios no pide cosas imposibles.
“Mira que te he ofrecido en este día el
bien y la vida, por una parte, y por la otra, el mal y la muerte. Lo que hoy te
mando es que tú ames a Yavé, tu Dios, y sigas sus caminos. Observa sus
preceptos, sus normas y sus mandamientos, y vivirás y te multiplicarás, y Yavé
te dará su bendición en la tierra que vas a poseer”. Amar a Dios es amar a
nuestros prójimos y prójimas, es no hacerle daño a nadie. Las normas que nos
propone Dios buscan garantizar el respeto, la vida y la dignidad de quienes
comparten nuestro mismo espacio, nuestra misma tierra, país o región. La norma
se convierte en bendición porque defiende
"el bien común", garantiza que todos y todas tengamos lo necesario para tener
una vida digna como hijos e hijas de Dios y procura la fraternidad y la sororidad entre hombres y mujeres.
La libertad tiene precio, ese
precio es la responsabilidad y la corresponsabilidad. No puedo ser yo, anulando
a los y las demás; no puedo ser yo,
pisoteando o pasando por encima de otras personas. Soy yo y Yo soy en relación
a un tú o a un usted. La identidad del yo redimido, es decir, no el yo idolátrico,
es relacional, es descentralizado, es un ser siendo para los y las demás. El yo
idolátrico rompe las relaciones, degrada y empobrece a quien lo porta: Pero, si tu corazón se desvía y no escuchas,
sino que te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses para servirlos, yo
declaro hoy que perecerás sin remedio. No durarás largo tiempo en el país que
vas a ocupar al otro lado del Jordán.
No hay peor ciego que quien no
quiere ver, ni peor sordo que quien no quiere oír, ni peor necio que quien no quiere entender ni comprender. Ante la cerrazón humana, el
capricho, la incapacidad de sacrificio, Dios recurre a un recurso jurídico,
pone como testiga a la Creación, al cielo y la tierra, como se hace ante un pacto o un contrato, donde las
partes se comprometen a cumplir lo acordado frente a testigos, personas que testifiquen:“Que
los cielos y la tierra escuchen y recuerden lo que acabo de decir; te puse
delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, pues, la vida
para que vivas tú y tu descendencia. Ama a Yavé, escucha su voz, uniéndote a
él, para que vivas y se prolonguen tus días, mientras habites en la tierra que
Yavé juró dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob.»
Bendito sea el Dios de Israel que ama a todos los pueblos de la tierra,
porque es bueno. Bendito sea el Dios de Jesús porque ama a los seres humanos sin excepciones, porque es extremadamente bueno.
Bendito sea el Dios de los cristianos y cristianas porque nos invita a ser personas
buenas, que hagamos el bien sin mirar a quien, que seamos personas misericordiosas
y reconciliadoras y que vivamos amando siendo solidarios y solidarias en esta
cuaresma. El amor se pone más en obras que en palabras. El ayuno es para compartir, la oración es para pedir por las necesidades de otras personas y la limosna es la concreción del amor solidario para ayudar a las personas vulnerables de nuestra sociedad. Gracias Señor por darnos la oportunidad de hacer el bien en esta cuaresma.
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