Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

13 de marzo de 2013

Elige la vida y vivirás.


El árbol echa raíces en la tierra que lo sostiene, que lo ve nacer; en apariencia no importa el tipo de tierra que lo alimenta pero es “pura apariencia,” porque no existe árbol sin raíz. En mi vida he visto árboles de todo tipo, he visto frondosos, torcidos, con follaje, con flores, llenos de hojas y frutos, todos son bonitos y admirables pero los que más me han impresionado son los que nacen en las laderas y en los barrancos y cómo se aferran a la vida. Hay árboles que me han dado compasión al verlos invadidos, poseídos y opacados por el “matapalo”, y ese no es árbol de naturaleza, sino parásito que puede llegar a ser árbol.

“El matapalo”  es aquel que vive sin raíz en la tierra que lo alimente, vive de otros árboles sin mayor esfuerzo, es realidad de apariencia, se alimenta de lo ajeno hasta que lo seca. El “matapalo” roba vida, espacio, apariencia, siempre está verde, pero sus raíces están enraizadas en las venas de otro viviente.  El “matapalo tiene vida larga mientras viva quien lo alimenta. Como personas creyentes estamos en la disposición de ser árboles frondosos o ser “Matapalos”: Mira que te he ofrecido en este día el bien y la vida, por una parte, y por la otra, el mal y la muerte. Lo que hoy te mando es que tú ames a Yavé, tu Dios, y sigas sus caminos” (Dt. 30, 15).

Seguir los mandatos de Dios es optar por la vida, es seguir el camino de la vida: Yavé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, agradables a la vista y buenos para comer. El árbol de la Vida estaba en el jardín, como también el árbol de la Ciencia del bien y del mal (Gn. 2, 9 ). La persona justa es como un árbol al lado del torrente, el torrente es Dios que nos alimenta y nos hace ser lo que somos y ofrecemos. El agua, es signo de vida y bendición, el agua recrea la vida: En las márgenes del torrente, desde principio a fin, crecerán toda clase de árboles frutales; su follaje no se secará, tendrán frutas en cualquier estación: Producirán todos los meses gracias a esa agua que viene del santuario. La gente se alimentará con sus frutas y sus hojas les servirán de remedio (Ez. 47, 12).

La naturaleza de nuestro ser la definimos con nuestras opciones, con nuestras decisiones diarias y con nuestras acciones. Sabemos que existe la vida y la muerte, la justicia y la injusticia, el amor y el desamor, la gracia y el pecado, la fe y el temor, el bien y el mal, la bendición y la maldición, la sabiduría y la necedad etc. Siempre está frente a nosotros y nosotras la experiencia de la elección. No se elige entre el bien o el mal, sino entre cosas u opciones buenas: Que los cielos y la tierra escuchen y recuerden lo que acabo de decir; te puse delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia” (Dt. 30,19).

La naturaleza nos da grandes lecciones, aprendamos de ella. Hay árboles que no tuvieron la dicha, la gracia, o la suerte de nacer en terreno llano y fértil, nacieron donde cayó la semilla llevada por el viento. Algunos nacieron entre piedras, a la orilla de los barrancos, pero por amor a la vida se agarran tan fuerte de las piedras que casi se hacen de una misma naturaleza. Estos árboles luchadores son los que admiro y son los que contemplo en la costa pacífica salvadoreña. Tierra árida, víctima de incendios forestales, terrenos pedregosos y grises, terrenos que en su miseria se convierte en riqueza para los y las desheredadas de la tierra. El amor a la tierra se parece mucho al amor que se le tiene a la madre. Tener tierra, un pedacito de tierra, en El Salvador es tener suerte, es tener la bendición de Dios, es arraigarnos a ese suelo que nos da un sitio en la geografía, en la historia, en la promesa de Dios (Dt. 4, 1. 5-9). Dios promete vida, descendencia, tierra y nuevas cosechas, si escuchamos y practicamos los mandatos que él nos enseña.

“El árbol se conoce por sus frutos”: “Dichosa la persona que no se deja llevar por las apariencias,  por mundanos criterios, sino por lo que hay en el corazón humano,  se goza en cumplir los mandatos del Señor”. La persona que tiene a Dios como manantial que lo alimenta y nutre  es como  “un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien” (Sal. 1, 3). La persona que se aleja de su creador, de su Señor y Dios es como “paja barrida por el viento”. A la persona mala, sus caminos acaban por perderla: “porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal” (Sal. 1, 6).

“A quien buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”.  La semilla de mostaza es pequeña, pero no insignificante (Mt. 13, 31; Mc. 4, 30; Lc. 13, 19). Ser pequeño es ser humilde y sencillos, en cambio ser insignificante es ser un escaño anterior a la no existencia, a la marginación y la exclusión. A veces en la vida diaria, en nuestra relación con las demás personas confundimos lo pequeño con lo insignificante. Como personas nunca somos insignificantes, Jesús no comparte este “mundano criterio”. La persona más pequeña entre nosotros y nosotras es la más grande en el Reino de los cielos; y quien quiera ser el más importante que se haga el servidor de todos y todas.

La grandeza del ser humano no está en su estatura, en su saber, en sus recursos económicos, sino en ser lo que es, en definir lo que es y, la persona se define por sus frutos, por sus obras, por sus acciones. “Lo que tenemos que hacer es respetarnos siempre, y buscar siempre unidos y unidas  al Dios que nos supera a todos y todas” (Lc. 9, 22-25). El Señor hace sabia a la persona sencilla, la persona sencilla es como árbol frondoso que crece bajo el amparo del altísimo; la persona orgullosa y soberbia es como cactus del desierto, que vive de sus resequedades.

“Así habla Yavé: ¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado. ¡Bendito el que confía en Yavé, y que en él pone su esperanza! Se asemeja a un árbol plantado a la orilla del agua, y que alarga sus raíces hacia la corriente: no tiene miedo de que llegue el calor, su follaje se mantendrá verde; en año de sequía no se inquieta, ni deja de producir sus frutos. El corazón es lo más complejo, y es perverso: ¿quién puede conocerlo?” (Jr. 17, 5-9).

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