Hoy es doce de marzo. Hoy, hace treinta y seis años fue asesinado el P.
Rutilio Grande, sacerdote jesuita salvadoreño,
junto a un niño y un anciano que lo acompañaban a una misa rural, camino
al municipio de El Paisnal, ubicado en
la parte norte del departamento de San Salvador, El Salvador. Era el año
de 1977. Marzo sangriento. Marzo, dicen que se deriva del latín martivs,
y este de Mars, nombre latino de Marte, dios romano de la guerra. La
guerra empezaba a aparecer en el horizonte de la desigualdad y la injusticia
social. La lucha de clases comenzaba su combate. Hoy como ayer el sol abrazador
de marzo sigue siendo el mismo de hace treinta y seis años. Al ver todo de
nuevo, recordaba el pasado desde este presente con cincuenta y dos años vividos:
“Yo lloraba mucho al ver que
nadie había sido hallado digno de abrir el libro ni de leerlo. Entonces uno de
los ancianos me dijo: «No llores más; acaba de triunfar el león de la tribu de
Judá, el brote de David; él abrirá el libro y sus siete sellos.» Entonces vi
esto: entre el trono con sus cuatro Seres Vivientes y los veinticuatro ancianos
un Cordero estaba de pie, a pesar de haber sido sacrificado. Tenía siete
cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la
tierra. El Cordero se adelantó y tomó el libro de la mano derecha del que está
sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Seres Vivientes se postraron
ante el Cordero. Lo mismo hicieron los veinticuatro ancianos que tenían en sus
manos arpas y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los
santos (Ap. 5, 4-8).
Pero el tiempo sigue impertérrito… es decir, que no se asusta ni se
altera con nada. Hoy el día amaneció nublado, entristecido. Estamos en pleno
verano, no hay señal de lluvia o de oscuridad por la lluvia cercana. No hay
razón climática para estar entristecido. El día está nublado, casi de luto, por
las quemas irresponsables en el campo dormido. El aire huele a humo, huele a
resequedad, huele a verano, huele a irresponsabilidad de los piromaníacos. El
día está seco, reseco y extremadamente seco. El luto del día vuela en el
viento en pedacitos imperceptibles de hojas de caña quemada. El día está
asfixiante y deshidratante.
El sol de marzo no conoce la misericordia, sus abrazos queman, su amor
convierte los poros de la piel en volcanes de agua inagotable y la bocana en
desierto. La brisa de marzo es caliente y sin sosiego. “Venimos a recoger su testimonio”, dijo el sacerdote que presidía
la eucaristía en aquel desierto de arena, aquel desierto de muerte, nada mejor
dicho que esto, porque la sangre de los y las mártires es semilla, caída en tierra, para
una nueva cosecha. La Iglesia hecha pueblo, la iglesia de la vicaría “Rutilio
Grande “seguía las huellas de Jesús de Nazaret en Aguilares rumbo al Paisnal,
las mismas huellas que Rutilio, Nelson y Manuel seguían camino, después de su
martirio, al cielo. La tierra había sido surcada, en sus arrugas habían surgido
los nuevos retoños de caña, el valle estaba verde, se veía incipiente la nueva
cosecha, se veía inocua. El suelo olía a estierco y a orines de ganado, a campo
pisoteado. El campo olía a campo, olía a campesinos y campesinas, olía a
extranjeros y extranjeras solidarias, olía a Medios de Comunicación que censuran
la verdad, olía a iglesia martirial.Todo era memoria, todo seguía siendo vida con rocío de esperanza.
“Dar la vida por un muerto” es una locura, es algo inusual, sin embargo
los mártires y los cristianos y cristianas “no damos la vida diariamente por un
muerto”, sino por alguien que vive, que está presente en la comunidad, en la escritura,
en la eucaristía, en la memoria (Lc. 24, 13-35), porque ellos y ellas, nuestros
mártires, sólo mueren si se les olvida. Jesús en la cena de despedida, en el
banquete de pascua, en la cena con sus amigos y amigas les dejó este encargo: “Hagan
esto en memoria mía” (Lc. 22, 1-20; Jn. 13, 1-20). En este desierto de
esperanza, en este desierto de desolación, en este desierto de tentaciones
escuchemos la voz de Jesús: “…El que
tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la escritura:
“De sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al
Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él” (Jn. 7, 37-ss). El
bautismo es sumersión en la vida de Jesús, es sumergirnos en el agua y en su
espíritu, es sumergirnos en su sangre.
“Después vi un cielo nuevo y una
tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el
mar no existe ya. Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del
cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a
su esposo. Y oí una voz que clamaba desde el trono: «Esta es la morada de Dios
con los hombres; él habitará en medio de ellos; ellos serán su pueblo y él será
Dios-con-ellos; él enjugará las lágrimas
de sus ojos. Ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena, pues todo lo
anterior ha pasado.» Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Ahora todo lo
hago nuevo». Luego me dijo: «Escribe, que estas palabras son ciertas y
verdaderas.» Y añadió: «Ya está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio
y el Fin. Al que tenga sed yo le daré de beber gratuitamente del manantial del
agua de la vida. Esa será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él y él
será hijo para mí” (Ap.21, 1-7).