La verdad de la persona, esa verdad que es suya sin ninguna
interpretación foránea. Es la verdad de ella frente a ella como ver su rostro en el
espejo, esa que conoce detenidamente, día a día, esa verdad que envejece con su
edad , que conoce a profundidad parcialmente y es la que le mueve a ser, decir y hacer. La verdad sobre la persona, esa verdad que viene de fuera, esa
verdad que nos lastima, esa verdad que yo interpreto desde mis prejuicios,
porque hago juicios sin su permiso y consentimiento, sin compasión, esa verdad
que nos juzga y condena. La verdad en cualquiera de sus dos formas no degrada a
la persona, no la hace menos, no la desaparece, no la elimina porque es una
verdad a medias y si es a medias, es una mentira con vestimenta de veracidad. La
verdad profunda del ser humano es la gracia que habita íntimamente en su
interior y que a veces toma matiz de afección desordenada: ¿De dónde proceden
las guerras y las contiendas entre ustedes? ¿No es de sus pasiones, que luchan
en sus miembros? Codician y no tienen; matan, arden en envidia y no alcanzan
nada; se combaten y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. Piden y no
reciben, porque piden mal, para dar satisfacción a sus pasiones”.
La verdad de la persona y la verdad sobre ella deben estar en
constante relación dialógica, relación complementaria y totalizante. La verdad
es como la luz, ilumina y si la verdad ilumina nos hace caminar por las sendas
de la justicia y por las veredas del amor, del verdadero amor. Mi verdad, la
luz de mi vida, debe hacerme realista, justo, comprensivo, tolerante y libre.
Como dice el apóstol Santiago: “Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden
y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y,
además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas
obras, constante y sincera”. Mi sinceridad, esa que me hace quitarme el
maquillaje de cera para mostrar mi propio rostro, mi rostro real y humano es el
que poco a poco se va haciendo a imagen y semejanza de Dios.
Los cristianos y cristianas vivimos
nuestro cristianismo al revés, de manera contraria a las enseñanzas de Jesús.
Hemos asimilado con facilidad la mala tradición de nuestros padres, aquellos
que conocieron a Jesús no lo comprendieron en su doctrina y le tenían miedo,
tanto miedo que hasta temían preguntarle, según el testimonio de los
evangelistas. Se nos olvida que es mejor pasar un rato colorado que cien
descoloridos”. Se nos olvida que ser cristiano es morir, que el cristianismo es
un camino de abnegación, entrega y muerte. Que es camino hacia la muerte por amor. Se nos olvida que la
lógica de Jesús es contraria a la que el mundo nos ofrece. Nuestra vida es un caminar hacia Jerusalén.
Jesús no nos puede dar, gloria,
prestigio y poder, no nos ofrece los primeros puestos. Jesús insiste en
formarnos e instruirnos en su doctrina para que seamos verdaderas personas
cristianas: “En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña
y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo
a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días
resucitará." Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle”. “Aquellos
hombres pensaban al revés de como pensaba Jesús.
Y aspiraban justamente a lo contrario de lo que ellos estaban viendo y viviendo
que era el camino que llevaba Jesús”.
La formación y la instrucción es
para ser mejores, para cambiar, no para engreírnos y seguir siendo peores de
cómo éramos: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el
servidor de todos." Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo
abrazó y les dijo: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge
a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado".
La formación debe ser para que cada día vayamos de “bien en mejor subiendo”. Amemos sin medida, aunque amar sea un calvario, sirvamos siempre, aunque servir
se convierta en una carga sin reconocimiento.
El realismo de los evangelistas
sobre la verdad profunda de “los Doce” es impresionante, desgarradora y cruda:
Hombres ambiciosos, sedientos de prestigio, autoridad, control, poder, fama y
privilegios. Esa verdad humana no los deshumaniza en las comunidades, son
personas con pasiones normales, pero pasiones que se hacen anormales cuando se
ha conocido a Jesús, porque en la
Iglesia , en el trabajo misionero, en su vida sencilla y llena
de verdad están dando testimonio de conversión. Aquellas enseñanzas que tanto
les costó asimilar y entender les han cambiado la vida y la jerarquía de sus
valores. Ahora quien les ve como líderes de la Iglesia en expansión
como personas disponibles, libres,
comprometidos, amando y dando la vida por el Evangelio y sus destinatarios se
sienten edificados. Hombres valientes y humanizados por la palabra de Dios. Una regla cristiana debería ser esta: “Lo
importante no es quedar bien sino hacer el bien”.
Es lamentable que en las
estructuras altas, medias y bajas de la Iglesia de Jesús, sigamos personas cristianas que
buscamos y nos peleamos por los puestos de poder, autoridad, prestigio y
riqueza. Esta mala comprensión del cristianismo nos convierte en lobos con piel
de ovejas, porque hemos devorado a las ovejas del Señor Jesús y todavía nos
cubrimos con sus pieles, muestra fehaciente de nuestro anti cristianismo.
¿Por qué será que Jesús nos pone
como modelo de vida cristiana a los niños y niñas? ¿Qué hay en ellos y ellas
que las personas adultas hemos perdido? No es la inocencia porque no son
ingenuos ni ingenuas. La niñez es servicial, disponible, libre, alegre, no
guardan rencores. Son personas que aman y perdonan. Dejemos que esas criaturas
que encarnan el cristianismo nos purifiquen y humanicen, que conviertan nuestro
desierto, estepa y páramo, en torrentes de agua que inundan la tierra, que conviertan nuestra vida en estanques
de agua cristalina y manantiales de alegría y esperanza. Demos ánimo a las
personas "apocadas" porque en ese “montón” podemos estar muchas personas adultas (Is. 35, 4-7). “Educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular.
Educar es el arte de acercarse al niño y a la niña, con respeto y amor, para
ayudarle a que se despliegue en él y en ella una vida verdaderamente humana”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario