Con dolor de parto el verano había llegado. El cielo había llorado por semanas. La tierra era un caos. Los ríos habían roto su cauce natural y como manantiales eternos, sin fin, se llevaban todo a su paso. La fuerza de la vida se convertía en muerte, en dolor, en sufrimiento, desolación y hambre. Los rostros trabajadores de las tierras bajas, de las tierras del sur, se llevaron no la mejor, sino la peor parte. El sol insolidario había desaparecido, las nubes grises cubrían su rostro. "El sol brillaba por su ausencia".
La suerte de muchos seres humanos estaba echada en la mesa de la desgracia. Las imágenes de la vida pisoteada pasaban sin freno en los noticieros. Las voces y testimonios de la desgracia buscaban en sus pocas pertenencias, buscaban entre lo poco recuperado, la ropa, el harapo de la esperanza. Las tierras que por varios meses habían llevado en sus entrañas las semillas de la vida, el pan del futuro y la liberación de deudas contraídas, se había convertido en la base de la desgracia. La tierra se había ahogado, no pudo salir a flote. La tierra estaba empapada y esterilizada.
Todo era silencio, los pájaros mojados buscaban refugio, buscaban techos caseros, buscaban calor humano. Los árboles arrancados y derribados, navegaban como barcos de papel en las correntadas ingobernables del invierno. El horizonte parecía un espejo empañado, sin colores, sin luz, sin esperanza. Los grises del cielo velaban el universo estrellado allá arriba, allá afuera. La casa de Dios estaba vacía. No se había quedado nadie. Ni San Pedro con sus llaves. La orden de Dios: “El último en salir apaga la luz”.
La luz había bajado, la luz se había encarnado, toda la corte celestial había bajado, estaban empapados y empapadas de amor solidario, nadaban rescatando vidas de seres humanos, consolaban en los albergues, recogían víveres, cobijas y todo lo necesario para que Dios no fuera olvidado. El buen samaritano estaba empapado de amor, de lluvia, de sufrimiento y desgracias, pero todavía seguía sonriendo. Dios sonreía de felicidad al ver el movimiento, la iniciativa, el compartimento. El Hijo de Dios había triunfado, sus enseñanzas estaban surtiendo efecto y daban afecto.
Bendito sea Dios. Bendito sea su Santo nombre. Bendito sea Dios en su santísimo sacramento: El ser humano. Bendito sea Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre. Bendita sea la Virgen María en todas las mujeres, bendita la madre de Dios en todas las madres. Benditos los seres celestiales, los ángeles custodios, los ángeles de la guarda, los arcángeles conocidos y los clandestinos que sin esperar nada a cambio dan todo en sus manos.
Era verano. Había llegado el verano, vestido de púrpura y oro. Era tarde... La noche estaba llegando. La lluvia se había calmado. El domingo se nos iba de las manos. Se abrió la puerta. La luz había abandonado el recinto y la pared blanca seguía hablando. En la noche llena de ruidos callejeros, buses invisibles y humo asfixiante, estaba tu rostro, rostro sereno, secreto, desconfiado, rostro iluminado. Estaba tu rostro imperceptible, era tu rostro moreno, pedacito de cielo estrellado. El silencio tiene olor a sencillez y tu sonrisa desdibuja el duro rostro del tiempo. Las palomas mensajeras han hecho de tus labios el nido dulce de sus besos.
Era verano. La noche se había retirado, se había ido a su casa a descansar para amanecer en un nuevo día. Era verano y el tiempo se fue de mis manos. Verano y sus dulces con sabor a chocolate, verano y sus yogures derramados, verano amaneció hecho alfombra de colores, cortinas llenas de flores y con un cielo oscuro habitado de estrellas, lleno de constelaciones, lleno y satisfecho de luz en tu ausencia. El verano y sus noches me recuerdan tu rostro iluminado. En tus ojos oscuros la noche no ha perdido su brillo. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario