Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

7 de junio de 2014

Ascender no es separar, es asumir un mayor compromiso.

Vayan y hagan es misión y acción (Mateo 28, 16-20). Con la ascensión llegamos al final de una etapa de la revelación e iniciamos otra. Después de que Dios se encarna en lo humano y vuelve al cielo después de haber cumplido su misión, ahora es el tiempo del Espíritu y de la Iglesia animada por el resucitado y enviada al mundo a hacer de otros y otras, discípulos y discípulas de Jesús. Con El Espíritu que desciende de lo alto, como Paráclito, es decir, Dios decide estar junto a su pueblo, ser el abogado de quienes creemos en Jesús y, el que defiende e intercede por nosotros y nosotras como iglesia, nace la misión y con la misión nace el ser y el quehacer de la Iglesia. La Iglesia es misionera por naturaleza, ella ha sido enviada a evangelizar a todo el mundo. Evangelizar no es imponer, someter a otras religiones. Evangelizar es ser testigos y testigas de la bondad, del respeto, del amor, la tolerancia el perdón, la paz y la alegría del resucitado. El cristianismo no es ni exclusivo, ni excluyente.

Para ascender hay que abajar, así lo hizo Dios en Jesús y así lo hizo Jesús en el misterio de la encarnación: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp. 2, 6-11). El anonadamiento triunfa sobre la soberbia en la cruz. La bondad de Jesús vence la violencia del mundo en su afán de ascender al poder, al prestigio y a la riqueza. Jesús ha vencido al mundo. Mundo en el evangelio de San Juan es el pecado y éste es aquello que nos deshumaniza. El mundo se opone a Dios, como la oscuridad se opone a la luz: Dios Padre en su hijo se ha humanizado y por eso ama  lo humano de loa que estamos hechos y hechas.

Jesús nos trajo un mensaje de salvación de parte de Dios, elaborado por Dios Padre desde antiguo, pero frustrado por el ser humano que quiso ser como Dios, quiso ser Dios de todo lo que no había creado, y en lugar de alabar al Creador en su obra creada, sometió a las creaturas y las sigue sometiendo hasta el exterminio; lo más grave es que no respetó el origen y principio de su creación: El amor. El ser humano fue creado por amor, para amar y ser amado; apartó su corazón del amor y sólo amó por interés y no por naturaleza y necesidad; amó lo que no debió amar,  amó a la soberbia, al orgullo, a la vanidad.  Amó la violencia, la  autodestrucción y todo aquello que no es Dios. En el banquete del ser humano se sentaron los y las enemigas de Dios. El ser humano amó al mundo más que a Dios: “Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. El mundo es nuestra tierra de misión.

Mundo es la realidad global que nos rodea y seduce. Mundo es opuesto a Dios y se enfrenta a Dios, porque en el mundo reina el pecado y el pecado es la deshumanización del hombre y de la mujer en sus relaciones sociales. La deshumanización nos hace ser conformistas, personas frías, calculadoras, insensibles, increyentes en la conversión del ser humano hacia Dios. Mundo es lo que nos pierde ante Dios y esto por la maldad  que ha invadido el corazón humano y lo ha hecho de piedra: Duro, insensible, frío e indiferente. Dios ama lo humano, y en Jesús ama lo humano. En Jesús Dios se humanizó a sí mismo. Dios nos dio un corazón de carne, un corazón humano, un corazón cálido; “el "mundo" ha sido vencido por el "Espíritu", en la fe y en el amor cristiano”. No podemos despreciar lo que Dios tanto ama, no podemos caer en el desprecio de "lo humano", lo que Dios tanto quiere le entregó a su Hijo, hasta "humanizarse" el mismo Dios (Jn 3, 18; Fil 2, 6-7 y 1 Jn). Sin lo humano no es posible la bondad.

La ascensión es el final, la meta, el triunfo del camino de la humildad, de la encarnación, de la vida de servicio desinteresado, la abnegación, el sacrificio y el seguimiento. La ascensión es el camino que nos deja Jesús para estar con Dios, donde él que es la cabeza de la comunidad, nos ha precedido.  Como herederos y herederas de quienes contemplaron la ascensión del Señor debemos convertirnos en “comunicadores de la fe, la alegría y la esperanza que nos ha transmitido Jesús resucitado”. Las tinieblas gobernaban sobre la redondez de la tierra y la luz del resucitado era apenas un “suspiro valiente”; pero el resucitado, el que asciende al corazón del cielo es el que transforma nuestra oscuridad en luz, nuestro temor en paz, nuestra tristeza en alegría, abre las puertas de nuestro encierro, nos envía con un mensaje de paz, alegría y perdón; nos manda al mundo con el poder del amor. Jesús resucitado, el que ha ascendido al cielo se compromete con toda la humanidad y especialmente con sus discípulos y discípulas en acompañarnos, en estar cerca y darnos el espíritu de la verdad. La verdad para Jesús es Dios, ese espíritu de Dios nos guiará hasta la verdad plena. Vivir en la verdad es vivir nuestra vida en transparencia, coherencia y autenticidad (Jn. 16, 12-15).

Ascender como lo entiende el mundo no tiene nada que ver con la ascensión de Jesús, porque ascender en el mundo es irrespetar, oprimir, someter, utilizar y se ha hecho la ley del más fuerte y astuto. Quienes ascienden no por sus méritos, sino por influencias cometen injusticia sobre aquellos y aquellas que han dedicado su vida  a servir sin esperar las gracias, a amar sin que se les ame, a perdonar aunque se les humille. “Lucas es el único evangelista que menciona el relato de la ascensión de Jesús al cielo”, la presencia del resucitado durante cuarenta días, animando y congregando a sus discípulos y discípulas, ahora lo hará de distinta manera animando a las pequeñas comunidades que nacen del trabajo de los misioneros y misioneras y sus respectivos animadores y animadoras.  Ellos y ellas son quienes quedan a cargo por el Espíritu Santo para recordar, interpretar y actualizar lo que dijo e hizo Jesús.

El envío misionero no se limita al  mundo judío, sino que rompe sus fronteras y nace el cristianismo universal, católico, inclusivo e igualitario. Nuestra misión no es convertirnos en maestros y maestras de religión, aunque la enseñanza de la doctrina sea importante; nuestra misión es hacer, dar testimonio, hacer de nuestra vida, por lo que vivimos, creemos y hacemos, el mejor modo de evangelizar. Nuestra vida debe ser una diaconía a la Palabra, debemos hacer discípulos y discípulas para Dios y para Jesús, no para nuestro Ego. El Dios con nosotros y nosotras se compromete una vez más con la humanidad y con la Iglesia: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”.