Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

17 de julio de 2012

La violencia estaba contra Dios y la violencia no era Dios.



Cuando Dios en su bondad creó todo lo creado, lo hizo por amor, lo hizo todo en estado de gracia, todo lo hizo bien. Terminada su obra, y en el cúlmen de la creación hizo al ser humano, hombre y mujer. Los creó para que se amaran y fertilizaran la tierra con su amor. Que el amor humano se extendiera como semilla por toda la tierra donde crecieran como pueblos, razas y habitantes hijos e hijas de una sola pareja: “Y vio Dios que era bueno” y continuó su obra creadora.

En el principio, en el corazón de la bondad, se incrustó una espina, la bondad fue lastimada y derramó su sangre con dolor, desde entonces existió la soberbia, el orgullo y la violencia; y la violencia estaba contra Dios y la violencia no era Dios (Gn. 3, 1-5). En el principio Dios paró a la violencia, pero ella ya se había posesionado del corazón humano y el ser humano se rebeló contra su creador (Gn. 3, 6-13). 

Las cosas fueron creadas para el ser humano pero el ser humano se  apropió de ellas, y sometió a otros seres humanos, y quiso, además, ser dios. Unos pocos sometieron a muchos y los hicieron trabajar hasta el anochecer, porque querían ocupar las alturas que solo al Creador le eran propias; “si esto va adelante, nada les impedirá  desde ahora que consigan todo lo que se propongan” (Gen. 11, 1-6). La soberbia, el orgullo, la violencia y la muerte comenzaron a gobernar la tierra, ese es el pecado original, el pecado que se opone a Dios y destruye el amor fraterno entre hermanos y hermanas.

La violencia comenzó a reinar y comenzaron las envidias, las peleas, los resentimientos, el culto vacío e inauténtico, los ritos y los sacrificios quisieron amarrar a Dios, esclavizarlo, someterlo (Gn. 4, 1-7). La violencia no nació de Dios, sino del ser humano que quiso ser como Dios y desterrar a Dios  de su corazón (Gn. 4, 8-12), pero Dios se lo impidió expulsándolo del Paraíso, para que la violencia, la venganza y el odio no fueran eternos (Gn. 3, 22-24).

Y la vida volvió a resurgir de las manos de Dios como un árbol, como un árbol frondoso que es cuidado por Dios, porque de sus manos nace la vida, el amor, la compasión, el perdón, la misericordia y la sabiduría. Dios detiene la espiral de violencia tatuando a Caín, para que nadie le haga daño, que no se pague mal con mal, que no se universalice la ley del talión porque sólo Dios puede saldar cuentas con el ser humano (Gn. 4, 10-16).

El principio de la espiral de la violencia, del odio y la venganza se encuentra en el corazón humano. No hay otro origen, la génesis está en un corazón humano que se ha apartado de Dios como Padre que perdona, padre misericordioso y tierno, lento a la cólera y rico en piedad. La espiral de la violencia, el odio, la venganza, destruye al ser humano, es el camino de la muerte física, porque termina en el cementerio en el dormitorio,  y espiritual, porque asesina lo más íntimo de nuestra intimidad, el amor, la fe, la esperanza; asesina al origen de la vida, asesina a Dios en sus hijos e hijas.

La violencia no se detuvo y siguió saciando su hambre de venganza y odio en las entrañas de todos los pueblos de la tierra, de todos los grupos humanos, de todas las personas cuando le dan rienda suelta a sus palabras y sentimientos, a sus pasiones  e injusticias. De la estirpe de Caín nace Lámek símbolo de la venganza desenfrenada (Gn.4, 17-26).  En medio de tanta violencia y venganzas, Dios le sigue apostando a la vida y al ser humano renovado, reintegrado, reivindicado, renacido, transfigurado y resucitado. La ley del más fuerte y más agresivo debe desaparecer para construir el shalom de Dios. La paz que Dios nos promete es la vida, la vida que quiere para todos y todas está cimentada en el justicia y el derecho.

Lámek y su descendencia se han extendido por toda la tierra y han hecho de la violencia y la agresión su bandera de lucha por la justicia y por su mal llamada seguridad nacional y territorial. Hoy se arremete, se invade y se le cierra la frontera a otros pueblos en nombre de la libertad. Los hijos de Lámek ocupan los primeros puestos y las jefaturas de los países más ricos del mundo.

La falsa visión de seguridad que tienen los países del norte con respecto a los del sur es que son una amenaza para su vida, su seguridad y su desarrollo en el planeta  y hay de aquel subdesarrollado que se atreva a desafiar las ordenes de los amos que tienen a los pueblos sometidos a través de la riqueza del petróleo, el poder militar, la diplomacia intromisoria, el mercado global, la industria multinacional, la tecnología que agudiza las brechas, las armas nucleares y químicas que están ahí como amenaza de una justicia humana apocalíptica en el mal sentido de la palabra. “Cada uno es tentado por su propia codicia, que lo arrastra y lo seduce; la codicia concibe y da a luz el pecado; el pecado crece y, al final, engendra la muerte” (Santiago 1, 15)

En todos los países del mundo tenemos muchos casos donde Lámek hace sentir su sentencia: “Yo he matado a un hombre por herirme y a un muchacho porque me golpeó. Si Caín ha de ser vengado siete veces, Lámek ha de serlo setenta y siete veces” (Gn. 4, 23-24). La soberbia, el orgullo, la codicia, la justicia por la propia mano, el dominio de unos sobre otros, es muestra de que el fruto del pecado, que maduró hasta la muerte en los terrenos del Jardín, siguió consumiéndose y envenenando el corazón, la sangre y la razón humana, al buscar no sólo culpables, sino justificaciones de conductas homicidas, exclusiones raciales, sociales y religiosas, es decir, el asesinato de seres humanos sobre otros seres humanos que no son mis iguales, de mi raza, de mi ideología, de mi credo.

Hoy se asesina sin escrúpulos por cualquier cosa: Por un celular, por sueldo, por una mirada, por un bocinazo, por una calumnia, por diversión, por racismo, por envidia, por amor a lo ajeno, por pasiones amorosas, por protestar en una marcha, por disentir ideológicamente en un partido, por defender los derechos de otras personas, por denunciar las injusticias etc. ¿Dónde no está la presencia de la muerte?

La madre de los y las vivientes, está unida a través del parto, del dar a luz, a la historia del hijo que será el asesino de otro hijo de ella. En estas dos estirpes, la violencia y la muerte irán unidas a la bondad de Dios que sigue generando vida en un campo de muerte, para hacer de este cementerio un jardín, un paraíso, pero todavía estamos lejos.

Caín y Abel son realidades simbólicas, casi mitológicas, presentes en todo ser humano: Caín (qanithi), he dado a luz, y “Abel (hebel), aire, respiración, es ya una indicación de que este segundo hijo debía desaparecer como un suspiro de aire, sin nombre, sin posteridad”.

El conflicto sutilmente presente en los dos nombres representativos del quehacer humano primitivo, es evidente, cuando se constata que la serpiente ha vuelto a picar otra vez al ser humano. La degeneración de la venganza ha llegado a límites inimaginables e intolerables. Ante esta hecatombe humana quiero finalizar con palabras pintadas de esperanza:


SALMO 101, 13-14b. 15-21
 El Señor miró a la tierra desde el cielo.


Tú, Señor, reinas para siempre,

y tu Nombre permanece eternamente.

Tú te levantarás, te compadecerás de Sión,

porque ya es hora de tenerle piedad,

tus servidores sienten amor por esas piedras

y se compadecen de esas ruinas.


Las naciones temerán tu Nombre, Señor,

y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria:

cuando el Señor reedifique a Sión

y aparezca glorioso en medio de ella;

cuando acepte la oración del desvalido

y no desprecie su plegaria.


Quede esto escrito para el tiempo futuro

y un pueblo renovado alabe al Señor:

porque Él se inclinó desde su alto Santuario

y miró a la tierra desde el cielo,

para escuchar el lamento de los cautivos

y librar a los condenados a muerte.





11 de julio de 2012

Jesús hombre de vida, alegría y sentimientos positivos.



Difícilmente encontramos en los seguidores y seguidoras del Señor Jesús hombres y mujeres que estén llenos de vida, alegría y sentimientos positivos para dar, compartir, dignificar, liberar y que sean también portadores y portadoras de buenas noticias. Jesús experimenta y comparte a un Dios de vida, compasión, alegría y dignificación del Ser humano, como lo experimentaron y anunciaron algunos profetas en el Antiguo Testamento. Jesús es heredero de esta experiencia, de esta tradición de anuncio, misericordia y reconciliación (Mateo 9,18-26). Por Jesús, el cristianismo es humano céntrico.

Dios nos enamora, nos habla al corazón, nos seduce con su ternura. Dios se casa con la humanidad en derecho y en justicia. Ama a su pueblo como un hombre enamorado ama a su esposa, como un padre tierno ama a sus hijos e hijas, como un amigo ama a sus amigos y amigas. El vínculo entre Dios y la humanidad es un vínculo de amor, no de terror.  La relación que Dios quiere con todos y todas es de “cercanía confiada”, no de “distancia temerosa”. La cercanía confiada es una relación sana con Dios. La distancia temerosa es una relación terrorífica con un ídolo y Dios no es un ídolo (Oseas 2,16.17b-18.21-22)

Esta "cercanía confiada" tiene sus cimientos en el amor, el derecho, la justicia, la misericordia, la compasión y la fidelidad, porque Dios es un Dios clemente y misericordioso. Dios es así, pero no siempre lo experimentamos así, por lo tanto tampoco lo presentaremos así. Dios no es buena Noticia para quienes nos escuchan, no por su naturaleza, sino por nuestras distorsiones doctrinales. “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Sal. 144, 8-9). El Señor Jesús no quiere que andemos por la vida llenos o llenas de vergüenza. Él es fuente de vida, salud y  dignidad.

Es asombroso Jesús cuando con la suavidad de la verdad nos envuelve con sus palabras. Esa verdad no lastima, no hiere, no descalifica. La verdad es suavidad en la palabra y aceptación  cariñosa de cómo somos, porque así nos anima Jesús: "ánimo tu fe te ha curado". Los milagros fortalecen mi fe, pero no son condición para ella, pero mi fe me hace descubrir los milagros cotidianos del amor incondicional de Dios como en el caso de la mujer con flujo vaginal. Quizá sea más llevadero el rechazo social, aunque no es humano ni cristiano,  que la condena religiosa, la condena ritual, la exclusión de la salvación, que algunas  religiones pregonan a los cuatro vientos. “El mayor sufrimiento de esta mujer con pérdidas de sangre no era su enfermedad, sino el hecho de tener que vivir en estado de impureza ritual. No podía convivir con los suyos como una mujer sana. Se sentía humillada, más alejada del Dios santo que los demás” (J. A. Pagola).

Jesús es un hombre de mística. Entendiendo como mística no una evasión de la realidad humana, no un vivir lo espiritual como algo separado de lo material, no como enajenación, sino como el marco de la realidad que no se agota en ella misma, sino que va más allá de sus limitaciones; es el más de la realidad. Es ver con los ojos de Dios la realidad humana y del mundo.El Evangelio nos presenta a Jesús dando vida, felicidad, motivos de gozo, alegría y sentimientos positivos a quienes se ven privados de todo eso. Así entendió Jesús la vida. Así presentó sus convicciones, su ética, su espiritualidad y su mística” (J. A. Pagola).

Jesús le sonríe a la vida, sonríe con todos aquellos y aquellas que después de conocerlo encuentran en sus vidas motivos positivos para seguir sonriendo con los y las demás, extendiendo la buena noticia a personas y circunstancias poco gratas y poco acogedoras. Jesús haznos ser personas llenas de vida, alegría y sentimientos positivos. Como dice el canta autor Víctor Lidio Jara en su "plegaria a un labrador": “Levántate y mira la montaña, de donde vienen el viento, el sol y el agua; tú que manejas el curso de los ríos, tú que sembraste el fuego en mi alma…” Seamos personas sonrientes, alegres y que dignifican a otros y otras en el trato cotidiano, como Jesús de Nazaret.