Jericó la gran ciudad comercial,
cosmopolita, donde hay diversidad de razas, culturas y una gran separación
entre ricos y pobres, entre buenos y malos, una ciudad de mucha murmura. Una
ciudad donde el enclave romano hace de las suyas y tiene gente del lugar que
hace el trabajo socio por ellos. La Roma imperial domina a sus colonias militar
y económicamente con los impuestos, no domina con la cultura ni con la
religión. “Jericó no gozaba de buena fama entre los judíos. La frecuentaban los
ricos para pasar el invierno, porque es cálida y está cerca del agua; en esa ciudad hay gente rica. La vida moral
en este centro balneario no era ejemplar. Esta circunstancia dio a los autores
espirituales la ocasión para una interpretación simbólica”. Los romanos aunque
no son derechos poseen algo importante que le aportaron a la humanidad: El
Derecho Romano.
Jesús va camino a Jerusalén y
tiene que pasar por Jericó, nombre topónimo que significa “Dulce aroma o su
Luna”. Es una ciudad próspera y comercial. La fama que Jesús tiene le antecede
por todos los lugares que va visitando. En Jesús se hace realidad el dicho
popular “Hazte fama y échate a dormir” que ella se encargará de mantenerte
despierto y caminando. La murmura, aunque es algo negativa ayuda para que la
presencia de Jesús en Jericó no pase desapercibida, pues “no hay mal que por
bien no venga. ¿De quién no se murmura en Jericó? De Jesús por ser un hombre
bueno, excepcional, cálido, justo, amable amigable, sencillo, sereno y porque
no hace acepción de personas. Jesús evangeliza por contagio, no por imposición
y temor.
También en Jericó vive un
hombre famoso porque es malo, egoísta, es un traidor a la causa
nacionalista judía, es un impuro según la religión oficial. Es además un
delincuente, un ladrón cara dura, sin vergüenza, es un estafador,
mentiroso y vividor. ¿Quién no lo conoce
en Jericó? Además, es rico y es jefe de otros cobradores de impuestos como él.
Tiene riqueza pero carece de aceptación social, es un marginado y excluido de
la sociedad judía y es un impuro condenado por la religión. Él no tiene acceso
a la salvación. Jesús se acerca a Zaqueo, «el Evangelio se transmite, no porque
se sabe, sino porque se vive». En consecuencia, solo el que lo vive, ese es el
que está capacitado para evangelizar”.
Yendo por el camino, por ese
camino a Jerusalén, la ciudad de paz, que es guarida de asesinos, es una
ciudad asesina (Lc. 13. 31-35; Jr. 22, 5); una ciudad con una gran culto
religiosos, de muchos rezos y sacrificios y con una liturgia exquisita, pero
también llena de tanta injusticia, maldad e hipocresía que asesina a los
enviados de Dios, es decir, a los profetas; esa Jerusalén tan opuesta a la celestial, camino hacia
ella, camino hacia allá, Jesús se detiene en ese camino, hace un alto y le
dirige su palabra y su mirada a un hombre no de gran estatura, que se ha
“trepado” a ese árbol para poderlo ver pasar. Qué tipo de árbol no importa, lo
importante es quien ha agotado los medios para encontrarse con Jesús, ese que a
pesar de ser “enano”, “chaparro”, pequeño, “chiquitín” en el contacto con Jesús
ha cambiado su vida, su modo de pensar y su modo de actuar. De ese grano de
mostaza ha surgido un gran arbusto que extiende sus ramas al cielo y donde anidan
y cantan muchos pájaros.
La conversión del corazón se
hace objetiva en la acción. Zaqueo se ha convertido no porque haya cambiado de
religión, sino porque ha renunciado a la riqueza, al dinero y lo ha compartido.
Esa conversión duele. Jesús se ha detenido y le ha hablado, le ha pedido que
baje del árbol porque quiere hospedarse en su casa, compartir el techo y la
mesa, compartir una buena noticia: La
salvación ha llegado a esa casa. Zaqueo delante de Jesús se compromete,
hace buenos propósitos y se vuelve un hombre bueno, generoso, solidario y
fraterno. Realmente es increíble cómo Jesús pueda cambiar el corazón humano.
Jesús ha evangelizado a Zaqueo por contagio: “El Evangelio no se enseña ni se
impone, sino que se contagia. Es decir, el Evangelio se transmite por
contagio”. La conversión le lleva a renunciar a la mitad de sus bienes y a
retribuir a quienes les ha cometido injusticia. La conversión va más allá de la
religión (Lev. 5, 24), la conversión trastorna la vida.
“El episodio de la conversión de Zaqueo se
encuentra en el itinerario o “camino” de Jesús hacia Jerusalén y sólo lo
encontramos narrado por el evangelio de Lucas. En él pone de manifiesto el
evangelista, una vez más, algunas de las características más destacadas de su
teología: la misericordia de Dios hacia los pecadores, la necesidad del
arrepentimiento, la exigencia de renunciar a los bienes, el interés de Jesús
por rescatar lo que está “perdido”. “Para el judaísmo de la época el perdón era
cuestión de ritos de purificación hechos en el templo con la mediación del
sacerdote, era un puro cumplimiento; para Jesús la oferta del perdón se realiza
por medio del Hijo del hombre, ya no en el templo sino en cualquier casa, y con
ese perdón se ofrece también la liberación total de lo que oprime al ser humano”.
Zaqueo es un hombre judío con
influencia romana, porque el que “anda entre la miel algo se le pega”. Los
romanos le exigen una cuota de impuestos pero no le pagan, Zaqueo y todos los
cobradores de impuestos se tienen que hacer su sueldo, tienen libertad para el
saqueo, la explotación, la codicia y la avaricia. Su conciencia de justicia se
ha dormido, su conciencia retributiva es cosa de ingenuos piadosos. Aquí lo que
vale es la Ley del más fuerte, del más vivo, del más inhumano. Con Jesús viene
la salvación, viene el cambio: “Mira,
Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo
he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea”. Cuatro
veces, no lo robado más el cinco por ciento.
Pocas veces Jesús se ha quedado
estupefacto, impresionado y conmovido: el lobo se transformó en oveja y esta
oveja perdida ha sido encontrada, hoy es del redil del Buen Pastor. Esta oveja
que Jesús ha venido a buscar y ha sido encontrada quiere despojarse de todo y
hasta de su pelaje porque lo que Jesús le ha dado no lo paga todo el dinero del
mundo. En Jesús, Zaqueo se ha sentido amado y perdonado, valorado y respetado y
eso no tiene precio: “Hoy ha llegado la
salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que éste también es hijo de Abraham.
Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Ser hijo de Abraham es ser Hijo de Dios.
Jesús es el Hoy de Dios, es el
presente del Padre. El hoy de Dios es la oportunidad, el chance, que nos da
todos los días para convertirnos a su reinado y su justicia. El Hoy que se le
ofrece a Zaqueo comenzó en Nazaret, en la sinagoga, el día aquel cuando Jesús
participó de la celebración sabatina de la comunidad y se identificó con las
palabras del profeta Isaías y él sintiéndose consagrado y enviado por Dios dijo:
Hoy se ha cumplido esta escritura (Lc. 4, 18-21). Por eso, la actitud de Jesús
es sorprendente, sale al encuentro de Zaqueo y le regala su amor: lo mira, le
habla, desea hospedarse en su casa, quiere compartir su propia miseria y su
pecado (robo, fraude, corrupción) y ser acogido en su libertad para la
conversión. Este es mi amigo Jesús.
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