Por el deterioro ambiental hoy
nos hemos acostumbrado a beber agua purificada y nos enferma el solo pensar beber
agua común, porque decimos que está contaminada y es verdad; de igual forma
hemos idealizado el evangelio, a Jesús y a María, les hemos purificado tanto
que se nos olvida que, el evangelio es testimonio de vida de Jesús, de María,
de los parientes, de sus amigos y amigas y de sus adversarios; es también
testimonio de la comunidad de creyentes en su persona, que le escucharon, que
le siguieron, le sirvieron y dieron su vida por él. El evangelio es agua viva,
natural, fresca, dinámica e inagotable que no necesita pasar por los filtros de
la purificación que hemos inventado.
Hemos purificado el evangelio de
tal manera y se nos olvida que tanto
Jesús como María fueron personas humanas; nacidos y formados en una cultura, en
una geografía, en una religión y que además son personas rodeadas de
incomprensiones y rechazos, de increencia y desconfianzas, de calumnias y
equivocaciones, por eso la Palabra de Dios nos hace regresar a esa agua
natural, normal y sin purificación que nace de la montaña santa y sagrada que
es la Revelación de Dios; se alimenta de la fuente inagotable de la tradición en el cauce de de la Iglesia. La revelación,
la tradición y el magisterio nos hace volver a las fuentes escritas y eso nos puede
resultar escandaloso. “Por la información que nos dan los
evangelios, está claro que las relaciones de Jesús con su familia no fueron
fáciles, sino más bien, lo contrario. “Sus parientes no creían en él”, es
decir, no se fiaban de Jesús” (Jn. 7, 5).
Un dato que nos da el
Evangelio es que tanto María como los parientes de Jesús no forman parte del
grupo o del círculo que está a su
alrededor escuchando su palabra, su doctrina, su predicación. Es más su estilo
de vida y su doctrina les resulta escandalosa. Según los evangelios alguna vez
Jesús volvió a su tierra, con sus parientes en Nazaret, pero, en ambos casos,
la visita terminó mal. Hasta el extremo de que, según Marcos, los vecinos del
pueblo «se escandalizaron» de lo que decía y hacía (Mc. 6, 1-6; Lc. 4, 14-30). Es
claro que entre Jesús y sus parientes, a nivel general hay una ruptura, Jesús
toma distancia de sus seres queridos y esta distancia se convierte en libertad
para su entrega como misionero itinerante:
“…cuando sus familiares supieron el plan de vida que llevaba, fueron por él,
porque decían «que no estaba en sus cabales». O sea, que lo tenían por un perturbado
mental” (Mc. 3, 21)
De María, en los evangelios de
la infancia, es decir Mateo y Lucas, se dice que no lo comprendía todo, y lo
meditaba en su corazón. No siempre tuvo claridad: “María, por su parte, guardaba todos estos
acontecimientos y los volvía a meditar en su interior” (Lc. 2, 19; 2,
51). Era una mujer de fe, “su fe estaba más allá de cualquier vacilación,
pero también a ella le correspondía descubrir lenta y penosamente los caminos
de la salvación. Los volvía a meditar en su interior, hasta que llegaron los
días de la resurrección y de Pentecostés en que se aclararon todos los gestos y
dichos de Jesús”. Su fe la había
comprometido en el Plan de Dios, pero su fe se acrecentaba cada vez que discernía la voluntad de Dios y se dejaba
conducir por la confianza en él. La fe de María fue como un granito de mostaza
que desde la pequeñez emprendió grandes cosas.”Practicar la fe es
acrecentarla”, la fe se hace obras y el seguimiento es poner la fe en obras. La
fe es práctica y cambio de actitud, porque la fe por muy pequeña que sea cambia
a la persona y su entorno.
A partir del Bautismo, en
Jesús se da un cambio de vida. El bautismo y el encarcelamiento de Juan el
Bautista motivan a Jesús para dar inicio a su misión: “Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir
el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu
Santo bajó sobre él y se manifestó exteriormente en forma de paloma, y del
cielo vino una voz: «Tú eres mi Hijo, hoy te he dado a la vida.” (Lc. 3, 21-22). Jesús es un hombre bueno y trabajador, vive
según la Ley de Moisés y las costumbres de su pueblo. “Cuando comenzó su ministerio, Jesús tenía unos treinta años y se lo
consideraba hijo de José” (Lc. 3, 23). José muere antes que Jesús comience
su misión. En el Evangelio de San Juan se dice que «sus parientes no creían en
él», es decir, no se fiaban de Jesús, disentían y hasta se burlaban (Jn. 7, 5).
A nadie se le oculta que el propio Jesús tuvo que sufrir por la no aceptación
de sus familiares. Y él lo reconoció en público: «Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un
profeta» (Mc 6, 4).
“Mientras Jesús hablaba a la
gente, se presentaron su Madre y sus parientes próximos, sus hermanos que
querían hablar con él”. No lo acompañan en su vida de predicador itinerante y
taumaturgo, es decir, no creen que Jesús sea capaz de hacer milagros o hechos
prodigiosos. Como están fuera del círculo, alguien le da la noticia: “Tu madre y tus hermanos están allá afuera y
quieren verte”. Sus parientes no creen en él, no sólo sus paisanos, aquel
sábado, cuando se presentó en Nazaret y participó de la reunión de la comunidad
en la Sinagoga donde lo quisieron despeñar. La familia de Jesús está fuera y
lejos, han llegado a buscarlo porque él no goza de buena reputación y dudan de
su estabilidad emocional: “Se comprende
que Jesús, aceptando y respetando profundamente la institución familiar,
concede una importancia mayor a la comunidad de fe”. Jesús le da un giro distinto al significado de familia y de prójimo que le daban sus contemporáneos y desde entonces para los cristianos y cristianas eso ha cambiado, somos universales.
La familia ya no es sólo el
grupo de sangre, sino la familia de fe, la comunidad cristiana, que es superior
a los lazos familiares y de parentesco. No en pocas ocasiones la familia y los
parientes son obstáculo para el seguimiento, aunque también hay casos donde la
familia juega un papel determinante en el compromiso cristiano, son pocos y
contados y todavía me sobran dedos en las manos, dice el dicho popular. Leamos Lc.
14, 25-33 para considerar si podemos construir la casa que pensamos o nos vamos
a quedar a medio palo. ¡Somos ya de la familia de Jesús o nos vamos a quedar fuera del círculo de esa multitud que lo rodea: " Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: Esos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre"(Mt. 12, 46-50).
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