Dios es amor y “el amor es una relación de donación
y gratuidad”. Dios se humaniza en lo humano, lo humano está llamado a la
humildad y a la gratuidad agradecida. Desde su encarnación Dios opta por las
personas humildes. La relación que Dios quiere establecer con los seres humanos
es de amor y no de temor, de comprensión no de represión, de aceptación libre
no de imposición. El amor no se puede reducir a la norma, al mandato, al
decreto, sino a la donación total de mí mismo o de mi misma a Dios y a los
prójimos y prójimas. El amor nos hace ser personas humildes porque nos donamos
gratuitamente. La humildad es donación.
“Toda sabiduría viene
del Señor y con él permanece para siempre” (Eclesiástico 1, 1). La humildad es el principio de la
sabiduría. La persona sabia es la que aprende algo todos los días y aprende de
quien menos lo espera. “Los sabios y entendidos” creemos tener respuesta a todo
y esa falsa seguridad va creando en nuestro interior algo distinto y contrario a
la humildad. Lo contrario a la humildad es el orgullo. “El Señor fue quien creó la sabiduría; la vio, le tomó las medidas,
la difundió en todas sus obras, en todos los seres vivos, según su generosidad.
La distribuyó con largueza a todos los que lo aman” (Eclesiástico 1, 9-10).
Se puede hablar mucho de la humildad y no ser
humilde; se puede conceptualizar de distintas maneras la humildad y no llegar
nunca a definirla. “El orgullo no repara” me decía un hombre humilde, que
aprendió la humildad luchando contra el orgullo. El orgullo atropella y no da
un paso atrás. El orgullo deshumaniza y pudre a la persona desde su raíz,
porque el mal se ha enraizado en toda su persona (Sirácide 3, 19-21. 30-31). La persona
dadivosa es buena y admirable, pero la persona humilde se da a amar con mayor
facilidad. “Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y
hallarás gracia ante el Señor, porque sólo él es poderoso y sólo los humildes
le dan gloria”. La persona sabia es la persona prudente que medita en su
interior las sentencias de las demás personas
y su gran anhelo es saber
escuchar.
Estando frente a un anciano que vive en un
asilo, escuche su reflexión sobre la humildad. Una reflexión sencilla, libre,
profunda y sin presunción. Me dijo: “La humildad es transparente como el agua”
y yo le agregué que si era así, que los seres humanos deberíamos beber mucha
agua para ser transparentes como la humildad”. Después de esa reflexión he
seguido pensando en lo mismo y en las personas que son transparentes como el
agua: María la Madre de Jesús, Isabel la Madre del Bautista, José el padre del
carpintero, y por su puesto Jesús de Nazaret.
Jesús se define a sí mismo como manso y humilde
(Mt. 11, 28-30); en las bienaventuranzas también llama felices a quienes son
mansos o humildes, esto significa ser personas bondadosas, tranquilas, pacientes
y humildes (Mt 5,3-12); María la Madre de Jesús es una mujer humilde de
condición social y de condición humana. Su fe la lleva a la humildad. En el
canto del Magnífica expresa su fe, esa fe que la ha hecho comprometerse con
Dios por amor a su promesa, ella tiene fe desde su condición de anawim, es
decir, “pobre material que posee una libertad interior ante las cosas, pues su
riqueza es Dios en quien confía plenamente”. Los anawim, son “los que humilde y
mansamente se inclinan ante Dios” y confían totalmente en su misericordia.
María dice al ángel: «Yo soy la servidora
del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» (Lc.1, 38). Ponerse en
condición de servidora o servidor del Señor nos hace ser personas servidoras de
los y las demás. La humildad es servicio.
Isabel, la madre de Juan el Bautista, ante la
visita inesperada de María, celebra con gozo y alegría ese encuentro diciendo: “¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de
mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis
entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del
Señor!» (Lc. 1, 43-45). Isabel es una mujer humilde, reconoce la grandeza de Dios y la humildad
de quienes están llenos y llenas de él, las personas humildes nos hacen
presente a Dios, sólo las personas humildes son las que le dan gloria. La humildad de Juan el Bautista
está en que dice la verdad a los
hipócritas como Herodes y se reconoce indigno de desamarrar las sandalias de
Jesús, el Hijo de José.
La humildad no es apocamiento, no es sentirnos
inferiores, no es ser personas tímidas o personas faltas de autoestima, no es pobreza
sociológica y menos suciedad. La humildad es sentirnos bien agradecidos y agradecidas
con Dios, es decir la verdad, es darnos a respetar y defender nuestros
derechos. Una persona humilde es una persona agradecida. “El amor es
verdadero sólo en la medida en que es gratuito. La persona humilde es la que
siendo grande de hace pequeña por opción, no es la que sintiéndose grande se
mantiene en su grandeza. Lo contrario a la humildad es el orgullo y el orgullo
no repara, no retrocede, no reconstruye.”La humildad, una virtud
muchas veces mal comprendida, y quizás, contraria a muchas actitudes donde la
competitividad, la eficacia, el ganar, el éxito no nos permiten ver lo positivo
que puede resultar vivir y aferrarnos a esta
virtud: ser humildes.
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