Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

20 de febrero de 2013

Cuaresma: Conviértete y cree en el Evangelio.


La palabra cuaresma viene del latín “cuadragesima dies”. Son cuarenta días antes de Pascua. Es un tiempo de preparación para la Pascua, comienza el “Miércoles de Ceniza” y finaliza el Jueves Santo antes de la misa vespertina de la Cena del Señor, con la que se inaugura el Triduo Pascual.

Conversión y fe van juntos: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Con esta frase antes de la imposición de ceniza se invita a la persona a entrar en un proceso de conversión; la conversión es una aptitud que busca cambiar nuestras actitudes, en este cambio de dirección, que se inicia en  nuestro interior, la fe se traduce en reflexión, profundización, cambio y acción. Quien entra en este proceso de conversión paulatino cree en la eficacia del Evangelio. No podemos olvidar que Jesús como Buen Pastor (Jn. 10, 11-18), vino por las personas pecadoras, no por las santas; vino por las personas enfermas y no por las sanas y que deja las noventa y nueve ovejas por “la perdida, la sucia, descarriada, enferma y embarrancada”  (Lc. 15, 1-10).

El Evangelio es la fuerza de Dios que nos transforma. Dicho de otra manera, el Evangelio es la semilla que crece por sí sola (Mc.  4, 26-34), estemos dormidos o despiertos, sea de día o de noche,  estemos conscientes o no, germina en la tierra que la ha acogido. La tierra da fruto por sí misma. Jesús compara a las personas creyentes como tierra que acoge la Buena Nueva. Como terreno que acoge la semilla, toda persona está apta para el cambio, pero no todas nuestras actitudes dan muestra fehaciente de nuestra conversión. Dice un dicho popular que “las palabras convencen pero las obras arrastran”.  Cada quien da según su capacidad.

Cuaresma no es dejar de comer carne. Cuaresma es dejar de comer prójimos y prójimas en nuestras conversaciones. En la vida ordinaria es mejor satisfacer el estómago con comida nutritiva que vaciar el corazón criticando, compartiendo veneno y ponzoña, porque esto destruye la vida personal y comunitaria. La comunidad debe ser como un campo llano, engramado y cultivado como un jardín donde todos y todas nos sintamos agradables. La comunidad no puede ser como un campo lleno de espinas, piedras, abismos y resequedad. En un ambiente inhóspito todo muere. Como dice Jesús lo que nos hace personas impuras,  o indignas, no es lo que entra en nuestro cuerpo, sino lo que sale de nuestro corazón, “porque de dentro, del corazón del ser humano,  salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al ser humano (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23).

Cuaresma es dejar de mordernos, es dejar de lastimarnos en nuestras relaciones interpersonales, familiares, conyugales, laborales o en nuestro compromiso cristiano. Es arrepentirnos con “hechos” de nuestro enorme egoísmo, de nuestra falta de amor, misericordia y compasión. Es arrepentirnos de nuestro constante irrespeto hacia los y las demás: “Acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Llévenla a la práctica y no se limiten a escucharla, engañándose ustedes mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con la maldad de este mundo” (Stgo.  1,17-18.21-22.27) .

Creer en el Evangelio es creer en una Buena Noticia, una buena noticia de Dios para cada uno y cada una; es creer que la Buena Nueva de Dios es Jesús de Nazaret. Esta buena nueva, este hombre evangelio anuncia la liberación de toda clase de yugo. Jesús iluminado por la TANA’J o Biblia hebrea, descubre en los profetas no sólo la voz de Dios, sino la esperanza, la compasión y el amor preferencial de Dios hacia los y las pobres (Lc. 4, 18-21). Creer es confesar con los labios, que Jesús es el Señor y confesar con el corazón que Dios lo resucitó. “Hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación” (Rom. 10, 8-13). Proclamar con la boca es anunciar y compartir nuestras vivencias cristianas. Es anunciar lo que vivimos, no sólo lo que creemos.

Caminemos, pues, en estos cuarenta días de preparación, a la luz del Señor. No se puede vivir la vida con los ojos cerrados  o viendo hacia el suelo, viendo hacia abajo, llevando en nuestras espaldas una joroba. Debemos vivir la vida con los ojos abiertos, contemplando, meditando y saboreando el amor de Dios todos los días; debemos caminar en la vida, erguidos y erguidas no de orgullo, sino de dignidad. La fe es ver lo posible en lo imposible porque es obra de Dios; la conversión es cambiar lo imposible en lo posible,  poco a poco, sin prisas, arrebatos y fanatismos, haciendo de nuestra vida un camino llano, sin tropiezos y sin ataduras. Es bienaventurada la persona que escucha la Palabra y la práctica.

15 de febrero de 2013

Cuaresma es tiempo de gracia, reconciliación y solidaridad (Dt. 30, 15-20).


En lo más hondo del corazón humano existe la bondad, existe algo que nos fue dado como tesoro para hacernos valiosos y valiosas; como tesoro a los ojos de Dios, pero nos fue dado no para esconderlo, sino para compartirlo. No se vale ser persona valiosa y seguirlo  escondiendo por temor, timidez, egoísmo o baja autoestima. Los tesoros tradicionalmente son presentados como algo valioso que debe esconderse; en el cristianismo encontrar un tesoro es  llenarse de alegría y desprendimiento; la alegría y el asombro es tanto que se deja todo (Lc. 5, 10-11) y  se vende todo (Mt. 13, 44). En cuaresma el tesoro es encontarnos con un Dios que nos da una nueva oportunidad: “Todavía es tiempo. Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, lágrimas y llanto; enluten su corazón y no sus vestidos”, dice el Señor (Joel  2, 12-13). Un Dios que solicita cambios en lo más humano de nuestra humanidad, el corazón,  y no sólo en los ritos y en las apariencias.

El Dios que nos presenta el profeta  Joel  rompe el "acartonamiento" que durante muchos siglos ha falseado al Dios de Israel, al Dios de Jesús y al Dios de los cristianos y cristianas. Este Dios es un Dios que pide al ser humano que regrese, se acerque, que vuelva con una actitud distinta, una actitud de humildad y no de auto aniquilamiento, de amor y no de temor, de libertad y no de sometimiento.  El ser humano debe acercarse a Dios, a YHVH, con amor y libertad. El profeta Joel nos invita a volvernos a Dios porque él  es “compasivo y misericordioso, lento a la cólera, y rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia. Volver a Dios es volver al amor y la libertad para salir de él cargados y cargadas de amor y libertad. Volver a Dios es convertirnos. LLenarnos de amor y libertad es conversión. ¿Qué Dios se presenta a sí mismo con un corazón abierto, mostrando  su total intimidad e  invitándonos a entrar a lo más santo de lo santo?

La persona "normal" quiere ser buena, ansía ser buena, procura ser buena. Es "rara" la persona que tiene como ideal la maldad, aunque la excepción puede confirmar la regla. Todas las religiones buscan agradar a Dios a través del sacrificio, del sufrimiento y los ritos, pero Dios busca que la persona asuma libremente una serie de normas, leyes y decretos para ordenar su vida hacia el bien. La norma en sí misma lastima la libertad personal y comunitaria, somete al amor por la obligación. La norma se vuelve obligación. La norma ha sido hecha para hacer el bien, pero se convierte en fuente de pecado, soberbia, intolerancia, razón de desobediencia, de trasgresión jurídica y yugo pesado e inhumano. La norma, la ley, no salva si no es capaz de sobrepasar  lo legal para interiorizarse como una convicción, como algo que está escrito con tinta de amor en el corazón: “Yavé, tu Dios, circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes para que ames a Yavé con todo tu corazón y con toda tu alma y para que vivas…Tú volverás a escuchar a Yavé y pondrás en práctica todos sus mandamientos, que yo te prescribo hoy” (Dt. 30, 6.8). Jesús nos enseña constantemente en su vida que el ser humano y sus necesidades son mucho, pero con mucho,  más importantes que la religión, que el culto, que las instituciones sagradas.

El Dios que es totalmente libre y nos hace totalmente libres, nos da la capacidad y la libertad de discernir, escoger y decidir. Él confía en nuestro sano juicio, en nuestro libre albedrío.  Dios no pide cosas imposibles. “Mira que te he ofrecido en este día el bien y la vida, por una parte, y por la otra, el mal y la muerte. Lo que hoy te mando es que tú ames a Yavé, tu Dios, y sigas sus caminos. Observa sus preceptos, sus normas y sus mandamientos, y vivirás y te multiplicarás, y Yavé te dará su bendición en la tierra que vas a poseer”. Amar a Dios es amar a nuestros prójimos y prójimas, es no hacerle daño a nadie. Las normas que nos propone Dios buscan garantizar el respeto, la vida y la dignidad de quienes comparten nuestro mismo espacio, nuestra misma tierra, país o región. La norma se convierte en bendición porque defiende  "el bien común", garantiza que todos y todas tengamos lo necesario para tener una vida digna como hijos e hijas de Dios y procura la fraternidad y la sororidad entre hombres y mujeres.

La libertad tiene precio, ese precio es la responsabilidad y la corresponsabilidad. No puedo ser yo, anulando a los y las demás;  no puedo ser yo, pisoteando o pasando por encima de otras personas. Soy yo y Yo soy en relación a un tú o a un usted. La identidad del yo redimido, es decir, no el yo idolátrico, es relacional, es  descentralizado,  es un ser siendo para los y las demás. El yo idolátrico rompe las relaciones, degrada y empobrece a quien lo porta: Pero, si tu corazón se desvía y no escuchas, sino que te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses para servirlos, yo declaro hoy que perecerás sin remedio. No durarás largo tiempo en el país que vas a ocupar al otro lado del Jordán.

No hay peor ciego que quien no quiere ver, ni peor sordo que quien no quiere oír, ni peor  necio que quien no quiere entender ni  comprender. Ante la cerrazón humana, el capricho, la incapacidad de sacrificio, Dios recurre a un recurso jurídico, pone como testiga a la Creación, al cielo y la tierra, como se hace ante un pacto o un contrato, donde las partes se comprometen a cumplir lo acordado frente a testigos, personas que testifiquen:“Que los cielos y la tierra escuchen y recuerden lo que acabo de decir; te puse delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia. Ama a Yavé, escucha su voz, uniéndote a él, para que vivas y se prolonguen tus días, mientras habites en la tierra que Yavé juró dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob.»

Bendito sea el Dios de Israel que ama a todos los pueblos de la tierra, porque es bueno. Bendito sea el Dios de Jesús porque ama a los seres humanos sin excepciones, porque es extremadamente bueno. Bendito sea el Dios de los cristianos y cristianas porque nos invita a ser personas buenas, que hagamos el bien sin mirar a quien, que seamos personas misericordiosas y reconciliadoras y que vivamos amando siendo solidarios y solidarias en esta cuaresma. El amor se pone más en obras que en palabras. El ayuno es para compartir, la oración es para pedir por las necesidades de otras personas y la limosna es la concreción del amor solidario para ayudar a las personas vulnerables de nuestra sociedad. Gracias Señor por darnos la oportunidad de hacer el bien en esta cuaresma.