“Oscar
Arnulfo Romero y Galdámez, víctima de las sombras del mal". Lo primero que
me sugiere el título del presente artículo y me invita a reflexionar es sobre el nombre. El nombre del Obispo mártir, “pastor y profeta nuestro”.
Decido escribirlo completo en su integridad porque el nombre representa a un
hombre completamente íntegro. Escribir su nombre es traerlo nuevamente a la
historia contada y vivida, como una historia de esperanza; porque el nombre es
eso, es la persona misma en su vida, en su historia y en la misión a la que Dios la
llamó en su mismo nombre, desde su nacimiento, desde su bautismo.
Oscar
Arnulfo Romero Y Galdámez fue sumergido en las aguas de la muerte para renacer
de nuevo, como hombre nuevo, como criatura, como hijo de Dios en Jesús. Este
primer bautismo se complementó con el bautismo del Espíritu. “Ser hijo de Dios”
es el título más importante que recibe Jesús en las comunidades cristianas de la Iglesia Primitiva. Este
título es más importante que cualquier otro, más que Rey, Mesías, Sumo
sacerdote o Profeta, porque Jesús nos enseña que siendo hijos e hijas de Dios,
Dios es Padre, y tanto la hija como el
hijo se dejan conducir por su padre. Si
Dios es Padre, todos y todas somos hermanos y hermanas. Este mensaje, en la
coyuntura que le tocó vivir a Monseñor Romero, fue “sal en la llaga”, una llaga
fratricida que duró más de doce años.
La
relación que un niño o una niña tiene con su Padre es de amor, confianza, fe,
seguridad y amistad plena. Monseñor Romero nos enseña que Dios es Padre y que
debemos escucharle en su Hijo. “Este es mi Hijo amado, escúchenle" afirma
la teofanía en el Monte Tabor. Jesús, “sin duda intentó resumir en una palabra
la impresión general que daba su vida; la orientación de su vida, su raíz y su
punto de origen tenía como nombre " Abba " - papá. Sabía que nunca
estaba solo; hasta en su último grito en la cruz se dirige por entero al Otro,
al que llama Padre. Esto es lo que hizo posible que su verdadero título de
nobleza no sea finalmente "Rey" ni "Señor" ni otros
atributos de poder, sino una palabra que también podríamos traducir por
"niño" ” (El Dios de Jesucristo, Cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI)
En
el nombre está el ser mismo de la persona, su esencia, su misión. Unamos al
nombre, expresión del ser y de la identidad, el quehacer que también es
expresión de su misma vida y de su identidad como hombre de Dios. Reconocerlo
por el nombre es reconocer que el obispo mártir es un ser humano, un ser
histórico y un ser que ha marcado, al igual que Jesús de Nazaret un antes y un
después en la vida política y de fe del pueblo salvadoreño y de algunos pueblos
latinoamericanos y del mundo. Descubrir al Obispo mártir por su quehacer
pastoral es acercarnos a Jesús en su quehacer por las tierras de Palestina como
pastor que defiende y da su vida por las ovejas.
La
segunda parte del artículo me obliga a reflexionar sobre la afirmación “víctima
de las sombras del mal”. Indiscutiblemente fue víctima porque hubo victimarios.
“Víctima de las sombras”, las sombras generalmente se identifican con el mal,
pero más que sombras la casa del mal es la oscuridad, la total ausencia de
Dios, de esa realidad carente de luz, porque la oscuridad es eso carencia de
luz, o distancia de la luz. En cambio
Monseñor Romero se acobijó bajo la sombra del Altísimo, la sombra en este caso
es protección y seguridad, como cuando uno se protege bajo la sombra de un gran
árbol. Jesús es la luz, y Monseñor Romero era la lámpara que estaba puesta en
alto, en el púlpito para alumbrar toda la casa, toda la catedral, toda la casa de El Salvador y del mundo. La
luz no se enciende para que esté
oculta, sino para que ilumine desde lo alto, como Jesús en la cruz.
Jesús,
“vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”, este mundo que no lo recibió a
él tampoco recibió al Profeta salvadoreño… "pero a todos los que lo
recibieron les dio capacidad para ser hijos de Dios. Al creer en su Nombre han nacido, no de sangre alguna ni por ley de
la carne, ni por voluntad de hombre, sino que han nacido de Dios” (Jn. 1,
1-13), todos los y las mártires en la Historia de la Iglesia han nacido de Dios. Ante su inminente
martirio Monseñor Romero anuncia con entera convicción ante el pueblo pobre de
El Salvador que “las palabras cristianas son las de Cristo en la cruz: Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Las
tinieblas no carecen de color aunque el color se esconda en la oscuridad. El
color de las tinieblas en El Salvador tiene el nombre de un partido político, que degrada el símbolo cristiano de la cruz, en el centro de su bandera y
de una clase social adinerada con guardianes castrenses asalariados, por supuesto que profesan el cristianismo. A ésta
fecha, ni se han hecho cargo ni han pedido perdón. “La Iglesia perdona,
pero debe saber qué y a quiénes”. Por eso es importante que sus asesinos se
arrepientan y se acerquen a reconciliarse con Dios, a través del sacramento de
la reconciliación. Termino este aporte a 32 años del asesinato de monseñor
Oscar Arnulfo Romero y Galdámez con las palabras transcritas de una entrevista que le hicieron a Marisa D'Aubuisson, laica comprometida y militante cristiana comprometida con la lucha por la
justicia y la equidad: "La iglesia va a perdonar y me alegra que
perdonara, verda, pero que alguien pida perdón, que alguien en nombre de
alguien o en nombre de una institución o de un grupo diga: Pedimos perdón por
este crimen. Y claro que los vamos a perdonar pero hasta hoy no sabemos a quién
porque aquí no se han acercado a pedir perdón".
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