En el atardecer de la vida
los pensamientos reposan
en los hilos de la
existencia,
como pájaros que reposan,
que descansan después
de un largo día.
¿Hasta dónde llegan
esos hilos infinitos?
Nadie lo sabe.
Hasta el borde del tiempo,
donde se bordan los sueños,
donde el sueño es otro
estilo de vida,
donde dormir es descansar de
todo,
hasta del olvido.
Olvido de despertar, olvido
de todo,
olvido de regresar a esta
vida
porque la puerta se abre de
fuera
pero no de dentro.
La puerta se cierra para
siempre,
fuera de ella hay oscuridad
y frío.
La puerta se cierra para
siempre,
porque cruzar la puerta,
pasarla,
es el inicio de una nueva
experiencia.
La vida verdadera…
Es la luz que no se paga ni
se apaga.
Es la risa que no se
marchita como las flores,
el sudor es nerviosismo del
pasado.
La vida verdadera…
Es la paz, el shalom que
nunca fue posible.
Es la alegría del ágape,
banquete repleto,
el hilo de la hermandad
reconciliada.
¿Hasta donde llegan
esos hilos infinitos?
Sólo Dios lo sabe.
Porque mi hilo, ese que
pende
de las entrañas maternas,
ese hilo tejido con piel de
amor
se ha hecho hilo que teje
mi propia libertad, mi
propio ser,
sentir y mi actuar.
Es el hilo de la existencia.
Hilo materno regalo
infinito,
hilo paterno regalo
impagable.
Hilo de Dios misericordia
amada,
compasión renovada
ternura que nunca acaba.
Hilo de Dios, piscucha
de colores,
sonrisa en el borde
invisible del infinito.
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