Era
tarde y estaba lloviendo. El atardecer dejaba colar la luz por las montañas y
el cielo parecía un manto de viernes Santo. Miraba hacia el horizonte y
mis ojos se llenaban de luces y sombras. Seguía mirando y ese horizonte
empezó a acercarse, venía hacia mí, se acercaba cada vez más en su
colorido, veía gatos color jirafa, sentía perros con olor a jengibre y una
geografía multiétnica y pluricultural. Era gente, gente, gente, parecían un río
en movimiento, caminaban suavemente. Caminaban hacia su origen, hacia su tejido
cultural, hacia su bujía ancestral, eran la imagen de un pueblo sin rostro,
¡qué herejía! El pueblo siempre ha tenido rostro. Eran los y las elegidas, se
aligeraban, gemían y surgían, como semillas nuevas, que cayeron, que callaron,
que fueron calle y surco de voces. Venían del norte, venía buscando la vida.
Al
amanecer cayó el rayo, surco de luz, as de oro, plata y bronce.
Cuando el sol les abrazó con el amor hecho luz se echaron a correr, saltaban de
alegría, la luz había vencido nuevamente a la oscuridad invasora; sus sonrisas
parecían un haz de felicidad, un haz de victoria, un haz de ilusiones,
porque hacían de su tristezas alegrías eternas. Seguían avanzando, seguían
caminando. Su sonrisa sonora era el conjunto de muchos árboles, era una marimba
cosida, atada con hilos de aromas naturales, el olor de la montaña, el olor de
la quebrada, el olor de la tierra húmeda, el olor del campo bañado de rocío.
Era el Quebracho, era el Maquilishuat, era el Copinol, era el Guayabo y
el Anono, el Limón y el Naranjo, quienes iban y venían, ofreciendo los frutos
donde vivían sus almas. Esa gente, esos cuerpos cansados, agotados, quemados se
alimentaban de la vida que les ofrecían esos árboles, esos árboles que se
quedaron fuera del paraíso perdido.
Esa
gente, en su tierra, comiendo en su tierra, produciendo en su tierra, fue la
mayor riqueza de nuestra identidad. Esa gente unida es la
Ceiba que abrasa, que quema, que enciende, que abraza el
cielo, que envía mensajes a los cuatro vientos, puertas y ventanas de las
cuatro casas, las cuatro direcciones del universo, con su corazón verde
bosque, turquesa, verde azul, donde se une la tierra y el cielo. Las cuatro
casa del universo se unían nuevamente para colorear la vida y el destino de sus
habitantes. Las cuatro casas: La del blanco, la del rojo, la del amarillo y la
del negro estaban ahí tejiéndose, amándose, haciéndose necesarias en las
luchas cotidianas de este nuevo pueblo. Callamos, caemos, cayados nos sostienen
en los callos de nuestros pies. En mi rostro legendario, testigo de muchos
siglos vive toda esa gente y hoy recojo sus semillas. El Ceibo y la
Ceiba son los símbolos de la paz y la reconciliación entre el
mundo y el universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario