El
invierno es un niño generoso, lleno de vida y alegría. Su paso se hace sentir
en el sonido del trueno, tiene corazón de rayo y comparte la magia de sus dedos
en los colores que embellecen el manto del cielo. Los ojos del invierno son
verdes en matices, pues no tiene un verde definido. Su mirada fija y penetrante
asusta como el trueno.
Su
voz es como el susurro de la llovizna, suave y refrescante. El color de su
piel se parece al de la tierra mojada y su juventud se renueva cada
mañana, en las montañas, en los valles, ríos y lagos de nuestra tierra. Su
presencia es refrescante, vital y llena de vida. En el campo todo es esperanza,
canto y melodía.
El
invierno trae en sus alforjas un cuerno escondido, guardado, robado. ¡Es
el cuerno de la diosa Prosperidad! El invierno y sus hermanos se lo robaron de
la mano. Sólo la niña, la
Primavera , se quedó llorando en la tierra por eso en
cada primavera se llena de colores la piel de la tierra. Piel hecha pétalos,
echa olores, hecha colores. La abundancia y la bendición son los hilos que
tejen la cebadera campesina del invierno. Este niño juguetón y generoso
comparte con todos y todas sus dones naturales. Como en un trapecio, se va
y se viene, cada año. Siempre está en movimiento.
Pero
también el invierno es violento, su ira nos inunda, inunda las calles y
avenidas, los plantíos y las casas. Su enojo se hace sentir y agarra
fuerza en los ríos convulsionados, mangas y brazos que se llevan todo a su
paso. La ira del invierno derrumba las montañas, se come los subterráneos, hace
caer las casas y mata la alegría de las nuevas cosechas. Cuando se enoja arrasa
irracionalmente. El invierno y su bravura lastima y hace daño.
Las
cárcavas son la huella de su enojo. Pisa duro, pisa fuerte, pisa hondo. Cuando
el invierno llora de enojo, no respeta horario, ni tiempo. Llora, llora por
días y noches. Llora y ríe de vez en cuando. Llora y ríe cada tanto.
Cuando llora y ríe caminando, la brizna se confunde con su canto; cuando
llora y ríe caminando, en el horizonte se dibuja su encanto. La paz y el
colorido de la paz aparecen tenuemente en el arco del cielo y en el iris
de la tierra. Entre el cielo y la tierra aparece el amor hecho color, hecho
alianza de amor. El arco iris es el amor hecho color es un estado de
ánimo, una alegría pasajera, un momento escurridizo, un bienestar
ilusorio, es paz no duradera en un invierno sin tregua.
El
invierno es un ser encontrado, es armonía y caos, es frescura y ventarrones,
susurro y estallido, amor y odio, bienestar y malestar. Es luz y sombra
mezclada, cruz y resurrección unificada, limpieza y suciedad separada. Este es
el invierno en sus distintos rostros. Es la paz entre el cielo y la tierra. El
cielo comparte su semilla y la tierra comparte su alegría.
En
el aliento del invierno viene como lluvia escondida, vapor invisible, aliento
hecho germen, la nueva semilla. La vida hecha semilla da frutos nuevos en
algarabía. ¿Qué nos deja el Invierno cada invierno? Ríos de felicidad y
graneros llenos. También nos deja quebradas de dolor y manos vacías.
Te
vas invierno, te vas alegre y juguetón. Te vas adulto inestable, lunático,
berrinchudo. Te vas y me dejás con tristeza y añoranza, te vas con ese olor a
tierra mojada, te vas con la frescura de tu piel oscura. Te vas con la libertad
de tu madurez. Te vas como caminante sin ataduras, con paso firme y corazón
inolvidable.
El
invierno me dejó a su paso un amor fecundo, una reflexión de viejo sabio,
un suspiro atragantado, un te quiero pero lejos, un te necesito con urgencia y
un hasta pronto irreversible. Me dejó su sonrisa dibujada en el suelo y
sus ojos azules en el cielo. Me dejó su piel hecha polvo y su alma
amplia para enviarle barriletes. Finalmente me dejó en verano, su
hermano. Caminemos Verano, por seis meses amigo, busquemos a tu hermano
que se nos ha escondido.
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