El capítulo 17 de San Juan, es uno de los más sublimes del cuarto
evangelio porque en él, “Jesús concluye su coloquio final, es decir su
conversación o diálogo, con los discípulos dirigiendo su oración al Padre” (Jn.
17, 1-11a). Esta oración sacerdotal, considerada así desde el siglo V, “es un
himno de consagración en el que el Hijo se ofrece al Padre como sacrificio
perfecto, que sobre el altar de la cruz, hará posible su glorificación”. Lo
fundamental de está oración no está en el sacrificio, sino en la unidad de los
suyos. Uno puede ser unidad y uno puede ser separación, como Pedro o Judas.
Uno se opone a unidad porque uno es individual y unidad es comunidad. El
monoteísmo concibe a Dios como uno indivisible, casi como un monolito. En el
Panteón (Templo de todos los dioses) de Dioses cada uno mantiene su individualidad
y aunque estén cerca siguen separados. Dios es unidad en comunión, es comunidad
de personas. La unidad en Dios es fundamental, lo es para Jesús y debería ser
fundamental para la Iglesia y para todos los cristianos y cristiana (Jn.17,
11-19). La unidad no sólo es un tema central en los deseos de Jesús, sino una
buena noticia que lleve la Iglesia como testimonio al mundo. “ Porque es en la oración, que crea comunión con Dios, donde
está la fuerza secreta de la comunidad y de los cristianos y cristianas para
testimoniar a Cristo”.
Jesús es un hombre de oración, eso todos y todas lo sabemos. Une
petición, acción de gracias y práctica personal, su oración es la vida misma,
su vida hecha acto, hecha obras. El sentimiento profundo que expresa Jesús en
su oración no es “palabrería”, repetición de la repetición de una palabra, sino
que expresa en ella lo que realmente cree y
es fundamental: La unidad. La unidad en la vida y en su oración es un
tema fundamental. En Jesús la unidad es
“su deseo supremo”. La Unidad es fruto del amor, se permanece unido por amor y
el amor es la fuente de la unidad (Jn. 15, 9-17). La oración es un diálogo con
Dios, es hablar con él como personas libres. Llevemos la oración a la vida y la
vida a la oración.
Uno, se puede entender de dos maneras: Uno, “Mono” como prefijo, es decir, “que va antepuesto a” y que significa
único o uno sólo; individual (Ejemplos: monoteísmo, monosílaba, monotemático,
monotonía, monografía, monogamia etc.)
Dos, como unidad, así como lo expresa Jesús en su oración a Dios Padre: “En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos
al cielo, oró, diciendo: -
Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por
la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en
ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado (Juan 17,20-26)”. Este uno del que habla Jesús es uno
como unidad, vinculado por la reciprocidad.
La unidad es fruto del amor y la comunión es el lazo de la unidad. Uno y
muchos unos juntos no son unidad, sino individualidad y egoísmo al mismo
tiempo, siempre es división y exclusión. Estos unos individuales generan
violencia, relaciones destrozadas, gente dividida y enfrentada, competencia
desleal, porque uno busca por todos los
medios sus propios beneficios y la unidad de uno mismo etc. Uno aquí es ruptura, agotamiento, defraudación, por causa de tantas divisiones,
separaciones, enfrentamientos.
Unidad es sinónimo de “Poli”,
prefijo que significa pluralidad o abundancia;
es unidad que integra, armoniza,
consolida la diversidad para el bien común. En su oración de despedida Jesús
pide cuatro cosas a Dios para sus discípulos y discípulas: Que se mantengan
unidos, que sean personas felices y alegres, que perseveren y no cedan al mal
del mundo, y finalmente que se santifiquen en la verdad. Con estas cuatro
peticiones Jesús presenta “un ideal de vida casi inalcanzable”, pero que debe
ser la meta para toda persona que cree en él. Deberíamos preguntarnos cómo
y cuándo rezamos personal y comunitariamente.
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