Un Dios eternamente presente desde el principio hasta el fin de los
tiempos. Un Dios enamorado que hace todo por amor. Por amor crea la vida en
todas sus expresiones, en todas sus formas, aromas y colores, crea la vida que
discierne, juzga y opta entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal, crea
al hombre y a la mujer con nombres de naturaleza: Tierra, humus y vida, madre
de los vivientes. Crea la vida que sube al cielo después de haber empapado la
tierra y haber cumplido su misión. “Jesús es el centro de los tiempos, nos
queda la fuerza del Espíritu que nos recuerda y actualiza esta centralidad de
la presencia humanizada de Dios en todo lo humano, bello, feliz y grato que
podemos encontrar en este mundo”. “Así
estuvieron terminados el cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos. El
Séptimo día Dios tuvo terminado su trabajo, y descansó en ese día de todo lo
que había hecho. Bendijo Dios el Séptimo día y lo hizo santo, porque ese día
descansó de sus trabajos después de toda esta creación que había hecho. Este es el origen del cielo y de la tierra
cuando fueron creados”. (Gn. 2, 1-4ª)
Un Dios que tiene una palabra creadora, dinámica, que aquieta y golpea;
una palabra que es vida y generadora de vida, una palabra hecha acción y
salvación. La palabra de Dios estaba desde el principio, era Dios y estaba
frente a Dios y todo fue hecho por ella y sin ella nada existe. Del maná de
nuestros padres y madres manará siempre la sobrevivencia, pero del maná de Dios
manará siempre la vida verdadera y eterna. “En el
principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba ante Dios en el principio. Por Ella se hizo todo, y nada llegó
a ser sin Ella. Lo que fue hecho tenía vida en ella, y para los hombres la vida
era luz. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn.
1, 1-5).
Un Dios libre que ama la libertad y devuelve ese derecho perdido a una
humanidad esclavizada por los opresores y por sus propias cadenas invisibles. Pablo,
igual que Jesús va a defender la libertad y la dignidad que Dios nos ha dado
como hijos hijas y no como personas
esclavas. “Me entrevisté con los
dirigentes en una reunión privada, no sea que estuviese haciendo o hubiera
hecho un trabajo que no sirve. Pero ni siquiera obligaron a circuncidarse a
Tito, que es griego, y estaba conmigo; y esto a pesar de que había intrusos,
pues unos falsos hermanos se habían introducido para vigilar la libertad que
tenemos en Cristo Jesús y querían hacernos esclavos (de la Ley). Pero nos
negamos a ceder, aunque sólo fuera por un momento, a fin de que el Evangelio se
mantenga entre ustedes en toda su verdad” (Gal. 2, 2b-5).
La grandeza de Dios no está en que es Dios, porque no es un Dios
engrandecido y soberbio como otros; la grandeza de Dios no está en que es omnipotente, que lo puede todo, porque
se limita a sí mismo en la libertad que deposita en el corazón de sus creaturas
y se limita al tiempo y al espacio de la historia en la encarnación. La
grandeza de Dios no está en que es omnisciente,
que conoce todas las realidades reales posibles, sino en que aun conociendo
todo, de manera humilde y sencilla vive en el corazón humano que se le escapa
de las manos. La grandeza de Dios no está en que es omnipresente, que está presente en todas partes a la vez, sino en
que estando no se impone, no juzga, no condena. Está en silencio contemplando y
amando su obra creadora. “Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos,
Dios envió a su Hijo, que nació de mujer y fue sometido a la Ley, con el fin de
rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que así recibiéramos nuestros
derechos como hijos. Ustedes ahora son hijos, por lo cual Dios ha mandado a
nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre: ¡Abbá! o
sea: ¡Papá!” (Gal. 4, 4-6).
Amaneció y atardeció en mi vida, así fue el primer día y los días que
siguieron en ella y vio Dios que todo era bueno, porque es bueno. En la mirada
de Dios no existe la maldad. La mirada de Dios está llena de bondad y
felicidad. En los seres humanos todo se
ve según sea el color de los ojos y se siente según esté lleno su corazón. La
bondad cae en la tierra cada día como el rocío mañanero. El rocío es la semilla
del perdón para hacer nuevas todas las cosas. La mirada de Dios está humedecida
por el amor. Lo malo se hizo bueno porque Dios es bueno, la maldad ya no existe
porque la bondad reina en el cielo y en la tierra. Con este Dios amado partido
y compartido, la maldad tiene sus límites como el mar en sus oleajes. En la
encarnación, la bondad se hizo semilla que muere; con la ascensión, la bondad
es la nueva semilla que llena los graneros del cielo (Hch. 2, 1-11).
Todo comenzó en Galilea, con un saludo, con una admiración, una
interrogante y una disposición: Que se haga en mí cuanto has dicho. Bajó por
Samaria por el censo y nació en Judea, en Belén, “la casa del pan” como estaba dicho por
los profetas para ser pan que alimenta, que nos bendice, que se multiplica, que
se reparte y que hoy se comparte por toda la tierra. Jesús pasó por Samaria y
allí dejó un gran legado: Vengan a conocer a un hombre que me ha dicho todo lo
que he sido y me ha enloquecido con su mirada de amor y perdón, ellos le pidieron que se quedara con ellos,
eso no era posible, la misión debía continuar (Jn. 4, 1-42). El Señor comparó a
ese pueblo bondadoso y solidario, como al Dios
en el que él creía, un Dios del encuentro y la desinstalación, Un Dios
Buen Samaritano. Judea y su ley, Judea y su templo no terminaron de entender
que el rostro de Dios estaba en el suelo, herido y lastimado fuera del templo,
lejos del culto (Lc. 10, 25-37).
Todo comenzó en Judea: la desconfianza, la controversia, la traición, la
captura, la tortura, la crucifixión y la muerte. Descendió el autor de la vida
al país de la muerte, de su muerte; descendió en los brazos de hombres
valientes y lo recibió el amor hecho abrazo en el seno eterno. El resucitado pasó por Samaria después que se le apareció a María y le dio
el mensaje del encuentro; “dicho y hecho”,
apareció vestido de victoria, sus vestiduras eran blancas como la nieve y
resplandecientes como la luz, esa luz que transfigura al hombre en Dios,
ascendió a los cielos en un monte silencioso y escondido de Galilea. Galilea de
los gentiles camino al mar, Galilea puerta y paso de los gentiles. El galileo
se despidió cerca de Bethania y ahí se
inicio la salvación (Lc. 24, 46-53). Para nuestra fe y seguimiento, “Jesús
resucitado y glorificado sigue siendo la plenitud de lo humano. Y sigue siendo
la imagen de lo divino, encarnado en lo humano. Jesús sigue siendo tan humano
como divino”. “La Iglesia debe ver hacia la tierra y anunciar la Buena Nueva de
Reinado de Dios” Los cristianos y cristianas vivimos el Ya pero todavía No; Jesucristo
ya ha salvado a la humanidad, pero todavía no se conoce en todas partes.