Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

16 de abril de 2013

Tampoco yo te condeno…


Es increíble, no lo puedo creer o me cuesta creer: Jesús no condena a los y las pecadoras. Si  eso es así, tampoco Dios condena a las personas pecadoras. Eso sí, con su perdón nos libera del pecado, cualquiera que sea y nos invita a caminar, a no detenernos, a irnos con un corazón liberado y con la convicción de que el pecado nos arranca la dignidad de hijos e hijas de Dios. El amor hecho perdón hace cicatrizar nuestro corazón lastimado, avergonzado, herido y deshumanizado por las negaciones que hacemos en la vida cotidiana.

La presencia y el paso de Jesús en nuestra vida nos cambia radicalmente. Hay que cambiar nuestro rumbo haciendo las cosas a la manera de Jesús: “El amor es más importante que los pecados”. La persona que Jesús ha amado y perdonado como la mujer adúltera, Pedro el pescador, Mateo el cobrador de impuestos, Tomás el incrédulo etc., debe amar tres veces más que las personas normales, que aquellas que son buenas y que no necesitan del perdón de Dios. Ama más al que más se le ha perdonado y “Al que poco se le perdona, poco ama” (Lc. 7, 36-49).

Jesús es un hombre de oración, eso lo sabemos. Es un hombre que dialoga con Dios, porque eso es esencialmente la oración, un dialogo con Dios, como un amigo o amiga dialoga con  su persona de confianza. Es un hombre de oración porque en ella encuentra y busca la voluntad de Dios para su vida. Jesús sólo quiere hacer la voluntad de Dios y para esto necesita conquistar la libertad ante las cosas y las personas; apartar de corazón toda afección desordenada, sea por algo bueno o sea por algo no tan bueno. Jesús quiere actuar siempre como actúa Dios. El Dios en el que cree Jesús es un Dios misericordioso, que perdona y ama; que siempre va al encuentro de lo perdido y se alegra cuando lo encuentra.

Por ser un hombre de oración, Jesús es una persona espiritual, es decir, una persona llena de Dios, guiada por Dios y que actúa según el corazón de Dios. Esta espiritualidad hace que Jesús sea profundamente humano; ser espiritual no es ser evasivo de responsabilidades, no es alienarse de separación, no es ver todo como pecado, no es alejarse de la vida y de la sociedad. Como Jesús los cristianos y cristianas debemos ser Luz en el mundo, en el universo, en el cosmos. Jesús es la luz del mundo.

La persona espiritual ve a Dios en todas las cosas, en todos los acontecimientos; lo contempla en la vida cotidiana. La persona espiritual enseña el sendero que nos pone de nuevo en el camino hacia la casa del Padre. La fe de la persona espiritual hace que vea a Dios y su amor presente en todas las cosas y más en sus semejantes. Jesús es visto por la gente sencilla, humilde e ignorante como un Maestro, como un rabí, como alguien que usa la palabra como puente de comunicación entre Dios y los seres humanos a través de sus enseñanzas. La gente busca a Jesús para escuchar la Palabra de Dios. Jesús no habla de Dios, lo enseña con su vida: «conocer a Jesús es conocer al Padre» (Jn. 8, 19; 12, 45; 14, 9). “Es decir, El Padre-Dios se da a conocer en Jesús”.

Quienes ven en Jesús un peligro para su prestigio, su poder, su hipocresía y su cinismo lo consideran un adversario y un enemigo al que hay que aniquilar porque no sólo intranquiliza sus conciencias, sino que pone en tela de juicio sus enseñanzas y su proceder, aunque sean profesionales sabios de la religión, y practicantes de la ley, piadosos; su poca misericordia y ausente justicia les hace tan pecadores como aquellos y aquellas que caen en faltas graves de convivencia social, como el adulterio, sin embargo se consideran justos y buenos, intachables. La arrogancia , la soberbia es tan grave como la promiscuidad.

El adulterio es de dos y es entre personas casadas. El hombre adúltero busca a otra mujer que no es la suya, es difícil encontrar el caso contrario aunque no imposible: “no desear la mujer de tu Prójimo”. ¿Quién tomó la iniciativa? ¿Dónde está el adúltero? La Ley de Moisés, condena el adulterio en ambos géneros, hombre y mujer deben morir lapidados: “Si alguno comete adulterio con una mujer casada, con la mujer de su prójimo, morirán los dos, el adúltero y la mujer adúltera (Lev. 20, 10).También en Dt. 22,-24, dice: Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos, el adúltero y la adúltera. Así harás desaparecer el mal de Israel. Si una joven está prometida en matrimonio a un hombre, y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los llevarán a los dos y los apedrearán hasta que mueran: la joven porque no gritó y no pidió ayuda, estando en la ciudad, y el hombre, porque deshonró a la mujer de su prójimo. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti”. La ley defiende la vida, la integridad de la persona, la convivencia social, el respeto, la igualdad entre personas. Aunque la ley sea divina, la vida humana lo es más.

En el pasaje de la Mujer adúltera o de los adúlteros solapados hay que tomar una opción: La Ley o la vida de una persona. “O se hace respetar la ley a costa de una vida humana, o se protege la vida aunque haya que pasar por alto la ley”. La posición de Jesús, que es la de Dios, es optar por la vida. Por encima de cualquier ley está la vida. La ley fue hecha, desde el principio, para defender la vida y organizar una sana convivencia humana, para eso se la entregó Dios a Moisés. Dios no se puede contradecir consigo mismo.

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