No
debo ocultar que cuando leí el nombre del artículo que me pedían para la Revista Parroquial, el "nombre" rompió mi lógica intelectual. Mi primera reacción
fue de enfado, molestia interior porque los términos: Asunción y martirio son
excluyentes por su misma naturaleza. Uno es dogma de fe, (Papa Pío XII, en 1950),
el segundo es realidad objetiva de fe; uno es subido en cuerpo y alma y el otro
es asesinato violento de quienes desde su fe y su seguimiento a Jesús dan
testimonio con su vida; uno es realidad supra-terrena y el otro es realidad
intra-terrena. Este tema es un rompecabezas y voy a tratar de unir las piezas
en un mismo paisaje de amor, seguimiento, entrega, testimonio y ofrenda. Este
será el camino que procuraré abarcar en el desarrollo de la temática propuesta.
Aclarando
términos: Asunción: Es el dogma cristiano, tanto de la iglesia ortodoxa (S.VI)
como de la iglesia romana (S.VII) de que María después de haber cumplido su
misión en la tierra y haber muerto como persona humana, Madre de Jesús y Madre
de Dios, fue subida en cuerpo y alma al cielo, liberada de las garras de la
muerte. Martirio: Muerte o sufrimiento que se padece por defender una religión
o una creencia. Cualquier cosa o dolor que produzca sufrimiento. Aclarados los términos hay que buscar el hilo
conductor para “salvar la proposición del prójimo”.
Lo
único que se me ocurre, después de haber reflexionado por largo rato la
orientación o enfoque del presente escrito, es retomar el uso cotidiano,
singular y popular de los términos uniéndoles en una sola experiencia humana:
La del sufrimiento por amor, no el sufrimiento en sí mismo. Retomo la segunda
acepción del significado de martirio: “Cualquier cosa o dolor que produzca
sufrimiento”. María vivió esta experiencia
humana de dolor, desde el momento mismo
de la anunciación hasta la experiencia de ver a su hijo crucificado.
En
un primer momento el dolor es desapego a
lo planeado, renuncia de los propios planes cuando Dios nos convoca y
nos involucra en sus propio proyecto de salvación porque “uno propone y Dios
dispone”. En segundo lugar, el dolor en
la vida cotidiana se vive y se soporta por amor en la crianza del hijo, su
crecimiento y desarrollo, su libertad y madurez; el Evangelio sintetiza esta
experiencia cotidiana de incomprensión en que María “todo lo guardaba en su corazón”.
La experiencia cotidiana de vida y de fe, nos hace ser y actuar como personas
creyentes. Y tercero, ser testiga de ese amor crucificado, viendo a su hijo en el
martirio. El amor crucificado que ella misma le había enseñado y que le había
hecho ser una mujer fuerte en su fragilidad ahora lo contempla en su hijo
fuerte en la fragilidad.
Este
amor, seguimiento, entrega, testimonio y ofrenda, es ella y su hijo
martirizado; es ella martirizada en el dolor y la impotencia ante la
injusticia; es ella y su hijo en la impunidad de los poderosos ante sus abusos
de poder y autoridad, por eso Jesús nos forma en el “que no sea así entre
ustedes” (Mt 20,17-28). Que el más grande entre ustedes sea el servidor…y el que quiera ser
el primero que sea su esclavo”. Pero esta recomendación de Jesús para sus
seguidores y seguidoras la echamos al olvido, la echamos en el baúl de los
recuerdos olvidados, la echamos en "cebaderas" rotas para que no nos pesen en nuestra
vida cotidiana ni en nuestro compromiso cristiano diario.
Qué
lástima que olvidemos al crucificado y su amor crucificado y busquemos día a
día, momento a momento sólo la asunción, es decir, ser elevados o elevadas en
cuerpo y alma sobre las demás personas, en cargos de prestigio, autoridad y
renombre; petición que sigue haciendo la madre de los zebedeos y zebedeas: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a
tu izquierda, en tu Reino». Jesús
corrige, rápidamente esta desviación en el modo de proceder de sus seguidores y
seguidoras: «Saben que los jefes de las naciones las dominan
como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser
así entre ustedes…” Pero lo que natura da, divino no lo quita” Puede más la
desviación que la corrección hecha por Jesús, lastimosamente.
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