Vayan y hagan es misión y
acción (Mateo 28, 16-20). Con la ascensión llegamos al final de una etapa de la
revelación e iniciamos otra. Después de que Dios se encarna en lo humano y
vuelve al cielo después de haber cumplido su misión, ahora es el tiempo del
Espíritu y de la Iglesia animada por el resucitado y enviada al mundo a hacer
de otros y otras, discípulos y discípulas de Jesús. Con El Espíritu que
desciende de lo alto, como Paráclito, es decir, Dios decide estar junto a su
pueblo, ser el abogado de quienes creemos en Jesús y, el que defiende e
intercede por nosotros y nosotras como iglesia, nace la misión y con la misión
nace el ser y el quehacer de la Iglesia. La Iglesia es misionera por naturaleza,
ella ha sido enviada a evangelizar a todo el mundo. Evangelizar no es imponer,
someter a otras religiones. Evangelizar es ser testigos y testigas de la
bondad, del respeto, del amor, la tolerancia el perdón, la paz y la alegría del
resucitado. El cristianismo no es ni exclusivo, ni excluyente.
Para ascender hay que abajar,
así lo hizo Dios en Jesús y así lo hizo Jesús en el misterio de la encarnación:
“Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y
tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como
un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una
muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el
«Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se
doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp. 2, 6-11). El
anonadamiento triunfa sobre la soberbia en la cruz. La bondad de Jesús vence la
violencia del mundo en su afán de ascender al poder, al prestigio y a la
riqueza. Jesús ha vencido al mundo. Mundo en el evangelio de San Juan es el
pecado y éste es aquello que nos deshumaniza. El mundo se opone a Dios, como la
oscuridad se opone a la luz: Dios Padre en su hijo se ha humanizado y por eso
ama lo humano de loa que estamos hechos
y hechas.
Jesús nos trajo un mensaje de
salvación de parte de Dios, elaborado por Dios Padre desde antiguo, pero
frustrado por el ser humano que quiso ser como Dios, quiso ser Dios de todo lo
que no había creado, y en lugar de alabar al Creador en su obra creada, sometió
a las creaturas y las sigue sometiendo hasta el exterminio; lo más grave es que
no respetó el origen y principio de su creación: El amor. El ser humano fue
creado por amor, para amar y ser amado; apartó su corazón del amor y sólo amó
por interés y no por naturaleza y necesidad; amó lo que no debió amar, amó a la soberbia, al orgullo, a la vanidad. Amó la violencia, la autodestrucción y todo aquello que no es
Dios. En el banquete del ser humano se sentaron los y las enemigas de Dios. El
ser humano amó al mundo más que a Dios: “Yo
les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los
guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos
en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío
yo también al mundo”. El mundo es nuestra tierra de misión.
Mundo es la realidad global
que nos rodea y seduce. Mundo es opuesto a Dios y se enfrenta a Dios, porque en
el mundo reina el pecado y el pecado es la deshumanización del hombre y de la
mujer en sus relaciones sociales. La deshumanización nos hace ser conformistas,
personas frías, calculadoras, insensibles, increyentes en la conversión del ser
humano hacia Dios. Mundo es lo que nos pierde ante Dios y esto por la
maldad que ha invadido el corazón humano
y lo ha hecho de piedra: Duro, insensible, frío e indiferente. Dios ama lo
humano, y en Jesús ama lo humano. En Jesús Dios se humanizó a sí mismo. Dios
nos dio un corazón de carne, un corazón humano, un corazón cálido; “el
"mundo" ha sido vencido por el "Espíritu", en la fe y en el
amor cristiano”. No podemos despreciar lo que Dios tanto ama, no podemos caer
en el desprecio de "lo humano", lo que Dios tanto quiere le entregó a
su Hijo, hasta "humanizarse" el mismo Dios (Jn 3, 18; Fil 2, 6-7 y 1
Jn). Sin lo humano no es posible la bondad.
La ascensión es el final, la
meta, el triunfo del camino de la humildad, de la encarnación, de la vida de
servicio desinteresado, la abnegación, el sacrificio y el seguimiento. La
ascensión es el camino que nos deja Jesús para estar con Dios, donde él que es
la cabeza de la comunidad, nos ha precedido. Como herederos y herederas de quienes
contemplaron la ascensión del Señor debemos convertirnos en “comunicadores de
la fe, la alegría y la esperanza que nos ha transmitido Jesús resucitado”. Las
tinieblas gobernaban sobre la redondez de la tierra y la luz del resucitado era
apenas un “suspiro valiente”; pero el resucitado, el que asciende al corazón
del cielo es el que transforma nuestra oscuridad en luz, nuestro temor en paz,
nuestra tristeza en alegría, abre las puertas de nuestro encierro, nos envía
con un mensaje de paz, alegría y perdón; nos manda al mundo con el poder del
amor. Jesús resucitado, el que ha ascendido al cielo se compromete con toda la
humanidad y especialmente con sus discípulos y discípulas en acompañarnos, en
estar cerca y darnos el espíritu de la verdad. La verdad para Jesús es Dios,
ese espíritu de Dios nos guiará hasta la verdad plena. Vivir en la verdad es
vivir nuestra vida en transparencia, coherencia y autenticidad (Jn. 16, 12-15).
Ascender como lo entiende el
mundo no tiene nada que ver con la ascensión de Jesús, porque ascender en el
mundo es irrespetar, oprimir, someter, utilizar y se ha hecho la ley del más
fuerte y astuto. Quienes ascienden no por sus méritos, sino por influencias
cometen injusticia sobre aquellos y aquellas que han dedicado su vida a servir sin esperar las gracias, a amar sin
que se les ame, a perdonar aunque se les humille. “Lucas es el único evangelista
que menciona el relato de la ascensión de Jesús al cielo”, la presencia del
resucitado durante cuarenta días, animando y congregando a sus discípulos y
discípulas, ahora lo hará de distinta manera animando a las pequeñas
comunidades que nacen del trabajo de los misioneros y misioneras y sus
respectivos animadores y animadoras.
Ellos y ellas son quienes quedan a cargo por el Espíritu Santo para
recordar, interpretar y actualizar lo que dijo e hizo Jesús.
El envío misionero no se
limita al mundo judío, sino que rompe
sus fronteras y nace el cristianismo universal, católico, inclusivo e
igualitario. Nuestra misión no es convertirnos en maestros y maestras de religión,
aunque la enseñanza de la doctrina sea importante; nuestra misión es hacer, dar
testimonio, hacer de nuestra vida, por lo que vivimos, creemos y hacemos, el
mejor modo de evangelizar. Nuestra vida debe ser una diaconía a la Palabra,
debemos hacer discípulos y discípulas para Dios y para Jesús, no para nuestro
Ego. El Dios con nosotros y nosotras se compromete una vez más con la humanidad
y con la Iglesia: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”.