Ella es “la preferida por Dios”. María
Magdalena es su nombre, pero su nombre sólo es María, pues Magdala es un pueblo
de la provincia norteña de Galilea; a
ella se le dio el nombre de su lugar de origen, Magdala, “pequeña ciudad
pesquera de la costa oriental del lago de Galilea, entre Cafarnaúm y Tiberiades”.
Magdala es un topónimo que se hace su segundo nombre. Esta práctica de
convertir el topónimo, es decir, el nombre propio del lugar, en segundo nombre
o apelativo, es una práctica de las culturas antiguas para hacer sobresalir al
personaje, para denotar, indicar o significar que es una persona importante en
la comunidad: Jesús de Nazaret, Simón de Cirene, Pablo de Tarso, José de
Arimatea, María de Magdala etc. Por este dato, el escritor bíblico y la
comunidad cristiana, quieren hacer sobresalir a María de Magdala como una
persona importante en la comunidad de discípulos y discípulas de Jesús.
Ella, como María, la madre de
Jesús, es Galilea. Ella formó parte de ese grupo privilegiado de hombres y mujeres que experimentó el
cariño y el amor de Jesús. Este grupo
mixto que integraban estos hombres y mujeres alrededor de Jesús forma parte de
esa “renovación del judaísmo del siglo I”; ellas y ellos lo dejaron todo para
seguirlo, porque “ese hombre” les había
dado todo lo que necesitaban para vivir y ser
felices: “En el siglo I estaba mal visto que un maestro enseñara la
Biblia a mujeres, y que además se dejara acompañar por ellas. “Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando
estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a
Jerusalén” (Mc 15,40-41). Esto lo afirma San Marcos al final de su
evangelio como dato, Junto a la cruz están sus discípulas y algún discípulo,
los demás lo habían abandonado.
“Las primeras seguidoras de Jesús
eran mujeres galileas que se reunían para comidas comunes, eventos de oración y
encuentros de reflexión religiosa con el sueño de liberar a toda mujer en
Israel. Fue precisamente esa corriente emancipadora del dominio patriarcal la
que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como discipulado
igualitario de hombres y mujeres, en el que éstas desempeñaron un papel central
y no puramente periférico”. Ellas lo siguen y el seguimiento a Jesús es la
primera condición del discipulado (Lc 8,1.3: Mt 27,55-56: Mc 15,40-41). “No
eran mujeres locales, que al enterarse de su muerte se habían reunido
espontáneamente a contemplar el macabro espectáculo, sino mujeres de Galilea,
que habían viajado con Jesús y sus discípulos a Jerusalén para celebrar la
fiesta de Pascua (Mc 10,1-11,11). Ella es, además, una persona que se ha ido
liberando poco a poco del dominio patriarcalista, ella no aparece en referencia
a un varón como en otros casos de mujeres.
La segunda característica del seguimiento
es el servicio. Ellas no hacían “oficios de mujeres”: No cocinan, no hacen
mandados, no sirven la mesa, no lavan los platos o cosen la ropa; esas tareas
no eran consideradas femeninas en el grupo de Jesús, sino masculinas, así lo
presentan los evangelistas: “muchas de estas funciones en el grupo las cumplían
los varones. Así, los discípulos aparecen sirviendo la comida (Mc 6,41),
recogiendo las sobras que quedaban (Jn 6,12), comprando alimentos (Jn 4,8).
Éstas, pues, no se consideraban tareas femeninas. El discípulo o discípula
sirve a la comunidad y en ella todos los servicios son importantes y no están
determinados por su condición sexual. Se sirve por convicción y no por
obligación. Lo seguían para servirle.
Servir no se reduce a cumplir
tareas domésticas, sino en poner toda nuestra vida y toda nuestra persona al servicio
del Evangelio, de la misión, del encargo que Jesús nos ha dejado después de su
resurrección. “Servir, en el lenguaje evangélico, equivale a dar la vida por
los hermanos y hermanas, pero cumpliendo una misión evangelizadora. En el
lavatorio de los pies Jesús une servicio y misión: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y
Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro,
les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo
les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo” (Jn. 13, 13-15).
El amor a las personas próximas se pone en obras y no sólo en palabras. En el
cristianismo hay un principio de igualdad y, emancipación donde no la hay.
Ser testigos y testigas de la
resurrección es la tercera característica. Ella, María, como la llama el
resucitado, es discípula del Nazareno y apóstol del resucitado, se le
encomienda la misión de anunciarlo como el que vive, como el que ha vencido la
muerte y que les espera en Galilea. Jesús le llama por su nombre y ella pasa de
la oscuridad a la luz, su amor la lleva a buscarlo entre los muertos, pero él
vive, ha sido resucitado por la justicia de Dios y vive en la comunidad y en
cada persona que la forma. El resucitado vive en la Iglesia y nos ha dado un
abogado, el Espíritu de verdad: La verdad debemos entenderla como “la absoluta
transparencia, la coherencia de vida, la autenticidad”, El Espíritu Santo
confirmará la misión de Jesús y la nuestra como sus seguidores y seguidoras.
María es una mujer liberada de
los siete demonios (Mc. 16, 9-15). Lo primero que dice el Evangelio acerca de
esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo cual es un
favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene
que haber sido impresionantemente infeliz o tener una enfermedad incurable. Esta
gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud
profundísima; “en el vocabulario de la antigua aritmología representa la
plenitud de todos los males. Y, sin embargo, Jesús la estimó mucho y derrochó
abundancia de bondad con ella”. El amor con amor se paga, no hay de otra forma
si se es agradecido o agradecida como María de Magdala.
Finalmente a través de la experiencia de Magdalena con
el resucitado (Jn. 20, 11-18), se comprende el proceso que vivió la comunidad
cristiana de discípulos y discípulas en su fe y en la comprensión de la
resurrección. La comunidad busca al Señor, desconsolada y abandonada donde no
se encuentra, él no habita entre los
muertos, la tumba está vacía, él ha resucitado. Jesús estaba frente a la
comunidad pero no lo reconocían ni lo aceptaban porque miraba hacia atrás.