No
sé qué pasa, estoy inquieto, no puedo dormir. A lo lejos escucho el ladrar de
los perros callejeros, cansan, inquietan. El sonido de los motores también
rompe la paz que nace en la madrugada, son los buses que llevan a los viajeros
a sus trabajos o a las personas que tienen algo que hacer fuera de su casa. Para
ellos y ellas el día comienza viajando. La luz de la calle ilumina a los transeúntes mañaneros, ilumina la
oscuridad que se disipa con las horas. El sol no aparece todavía, no logro ver
el amanecer. Todo a mi alrededor está cubierto de luz y oscuridad. Qué bonito
es ver, aunque a veces teniendo ojos no vemos, y aunque esté de día seguimos
en la oscuridad. Hace unos días escuche que Jesús dijo: “Mientras esté en el mundo yo soy la luz del mundo”. ¿Cómo puedo ser
luz del mundo, al estilo de Jesús? Haciendo obras buenas, de redención y
salvación. Gracias, Señor, porque puedo ver, escuchar, caminar, hablar y
reflexionar. “El Señor es compasivo y
misericordioso” (Sal. 144). “Nadie valora lo que tiene hasta que lo
pierde”.
Ayer
escuché que Jesús se detuvo a hablar con una mujer samaritana, una mujer que
busca agua porque es su obligación, es su trabajo, pero que ya está cansada.
Jesús le pidió de beber y ella no le dio nada, más bien se pusieron a hablar y
ella lo cuestionó sobre una agua que Jesús ofrece y no ve y que ha buscado
insistentemente en los amores que no han satisfecho su necesidad, su sed. Ella
es un pozo seco sedienta de amor. Jesús está sediento por el camino recorrido,
ella también está sedienta por el camino que ha recorrido. De repente dejando
el cántaro, sale corriendo hacia Sicar, su pueblo, gritando, loca de alegría y
esperanza y llamando a todo mundo para que
vengan a ver a un hombre que “me ha dicho todo lo que he hecho”. Los
samaritanos, supe, por un testigo, que le pidieron a Jesús que se quedara con
ellos unos dos días y que él había aceptado compartir con ellos y ellas. Muchos
y muchas creyeron en él. Jesús es admirable, qué noble, qué humano, qué amigo.
Ahí conoció al buen samaritano de la parábola, sólo que en este momento olvido
su nombre pero podría tener el de cualquiera de nosotros.
En
Samaria Jesús encontró a ese Dios buen samaritano, como en Galilea encontró a
ese Dios buen Pastor que ya los profetas
anunciaban. Cuando Salió de Samaria, pasó por el camino y vio a un hombre ciego
de nacimiento. “Maestro ¿Quién pecó para
que naciera ciego? ¿Él o sus padres? Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido así
para que se muestre en él la obra de Dios”. ¿Cómo se va amostrar en un
ciego de nacimiento la obra de Dios? Me dije a mí mismo y me quedé paralizado y
con los ojos abiertos, sin embargo no logro ver más allá hasta dónde puede
llegar Jesús. El ciego sólo escuchaba y guardaba silencio, no hacía nada, no
pedía nada. Una paz tremenda lo había invadido, su rostro estaba sereno, ya no
escuchaba el maltrato, ni la humillación de quienes pasaban a su lado y lo
veían “lleno de pecado”. Había bajado la mano, no estaba pidiendo limosna, ni
aceptación social y religiosa. Estaba a la espera, el mundo externo tan lleno
de luz, de colorido, de bulla, riñas,
condenas y discusiones estaba lejos de su comprensión, él no era parte de ese
lío.
Jesús
siempre tomando la iniciativa igual que Dios. ¿Qué hace escupiendo el suelo, la
tierra, el polvo? Esa es una mala costumbre de la gente del campo, escupir.
Pero ahora recoge la tierra húmeda como si fuera un alfarero y le da forma,
hace una masa y la extiende con sus manos y la coloca sobre los ojos del ciego.
Jesús ha tomado bien en serio el relato de la creación, de cómo Dios le dio su
aliento de vida a aquel ser humano hecho
de lodo, de tierra húmeda y fértil. Dios da su aliento, de lo más íntimo de sí
mismo; Jesús da su saliva, lo más suyo de su interior, la saliva es vida como
el aliento de Dios. ¿Es que Jesús está continuando la obra salvadora de Dios,
está creando un nuevo ser humano en ese ciego de nacimiento?, ahora comprendo
lo que dijo: “mientras es de día, tienen
que trabajar en las obras del que me envió.
Llegará la noche, cuando nadie puede trabajar”. En Jesús hay un
nuevo origen, quien lo conoce se hace una nueva persona, Jesús deja una huella
que nos hace ser, pensar y actuar de distinta manera. La gente que ha visto por
muchos años al ciego de nacimiento ahora no lo reconocen: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna? Unos decían: --es él.
Otros decían: --No es, sino que se le parece. Él respondía: --Soy yo. El
ciego de nacimiento que ahora ve, por la obra de Jesús, se auto afirma como el
mismo ser humano transformado. Su vista, sus ojos se han llenado de Luz, Dios
es la luz que ha llegado a su vida, Jesús ha llenado de ternura esa mirada que
por muchos años estuvo ausente en el mundo.
“Ve a lavarte a la piscina de Siloé”. Siloé significa enviado. El ciego de
nacimiento que ahora ve, se ha convertido en un enviado de Jesús: Los ciegos
ven, los cojos caminan, los mudos hablan, los leprosos quedan sanos, las personas oprimidas quedan liberadas, las
mujeres se hacen discípulas y misioneras.
En Betesdá Jesús cura un paralítico que lo denuncia (Jn. 5, 1-3. 5-16) y en Siloé
cura a un ciego que lo defiende (Jn. 9, 6-7). Ambos son lugares de encuentro,
de sanación y de testimonio. La palabra de Jesús tiene el mismo poder de las
aguas sanadoras y tiene la capacidad de dar o devolver la vida y la dignidad,
reinsertándonos en el proyecto del Padre y en la sociedad. Ambos hombres son
adultos, uno anda por más de treinta y ocho años y, el otro, ya es un adulto
que puede dar razón de sí mismo: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que
nació ciego; pero cómo es que ahora ve,
no lo sabemos; quién le abrió los ojos,
no lo sabemos. Pregúntenle a él, que es mayor de edad y puede dar razón de sí”.
El
que fue ciego defiende a Jesús de los ataques de los fariseos y confiesa
paulatinamente su fe en Jesús y por eso es expulsado de la Sinagoga. “Era
sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos”. “Ese
hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo que
fuera a lavarme a la fuente de Siloé. Fui, me lavé y recobré la vista… Es un
profeta… Oyó Jesús que lo habían expulsado y, cuando lo encontró, le dijo: ¿Crees en el Hijo del
Hombre? Contestó: ¿Quién es, Señor,
para que crea en él?...Lo has visto: Es el que está hablando contigo…Creo,
Señor y se postró ante él. El juicio de Jesús es sencillo que se definan
los campos: “Para que los ciegos vean y
los que vean queden ciegos”. El ciego no tiene pecado, pero sí aquellos que
creyendo ver siguen ciegos. Dicen que ven, su pecado permanece: El rechazo a
Jesús es el rechazo a Dios mismo, rechazo al bien, a la bondad y al amor.