Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

12 de diciembre de 2015

DESCUBRIR LA VIDA Y LA ESPERANZA

“Insensatos han sido todos los hombres que no han conocido a Dios y no han sido capaces de descubrir, a través de las cosas buenas que se ven “Aquel que es” y que no han reconocido al artífice, fijándose en sus obras, sino que han considerado como dioses al fuego, al viento, al aíre sutil, al cielo estrellado, al agua impetuosa o al sol, y a la luna, que rigen al mundo” (Sab. 13, 1-9). El Dios de la vida y de la esperanza, belleza de toda belleza; belleza de donde se desprende toda belleza en sus creaturas, las creó para que viéndolo en sus criaturas nos acerquemos a su amor permanente e incondicional, “pues reflexionando sobre la grandeza y hermosura de las creaturas se pueda llegar a contemplar a su creador”. Si la sabiduría nos hace sabios para conocer e investigar el universo, ¿por qué no nos hace sabios para contemplar a su creador, nuestro creador?

Debemos estar siempre con apertura a lo nuevo, a lo inesperado, a los roces de sabiduría que, cuando menos esperamos, nos llegan como cartas con buenas noticias. Escuche que alguien decía algo inesperado, hace un tiempo atrás. Decía  que “Darle esperanza a alguien es darle un cruel obsequio con graves consecuencias”. Si la esperanza me devuelve la vida, la salud, el perdón, nuevos horizontes y me libera de mis temores, esos que como guardias encarcelan mi libertad, entonces son graves consecuencias. Bienvenida sea siempre la esperanza a mi casa, siempre será mi querida invitada.

Ante tanta bondad desbordante, que cae y se esconde hasta que sale por todos los poros de la tierra, al ser humano redimido le queda solamente, frente a su Creador, expresar una acción de gracias. Una acción de gracias es el acto agradecido de quien reconoce la bondad existente fuera de su ser pero que al vivenciarla, se siente agradecido o agradecida. Entonces la gracia como bondad ha llegado a lo más hondo de su ser para quedarse a vivir en su humanidad redimida y agradecida. La gracia, amor incondicional de Dios, refresca, fructifica y llena la tierra. Donde esté y donde vaya ahí está la gracia de Dios en todo lo que está lleno de vida, genera vida y alimenta la vida. Gracias Señor porque tu gracia camina en nuestras veredas adornadas con campanillas, en nuestros caminos polvosos y en las calles en mal estado; tu amor no se detiene, sabe que viene a nuestro encuentro. Tu gracia, Señor, hace llevadera nuestras desgracias.

Si tuviéramos ojos llenos de amor y gracia, podríamos contemplar tu presencia santa entre los árboles, en los jardines caseros, en el encuentro con el vecino o la vecina, en el saludo a un adversario, en el aire que llena nuestros pulmones con aliento de vida. Si pudiéramos contemplar tu amor y tu gracia, todo lo pudiéramos en aquel que nos conforta y nos ama. Si pudiéramos contemplar tu amor y tu gracia podríamos descubrir la vida y la esperanza que renace en los brotes de una higuera, como lo hizo Jesús (Mc. 13, 24-32). La Higuera supera la muerte del invierno y retoña en la primavera para que su fruto sepa a un verano que sabe a miel, la miel exquisita del higo. La muerte le da paso a la esperanza. Hay que morir para vivir.

Al final del invierno, cuando el verano lucha por  ocupar el primer puesto, puedo agradecer a Dios que su amor hecho semilla ha comenzado a recogerse. En esta tierra, que es nuestra casa, vienen tus hijas saliendo de la tierra, vestidas de esperanza, con sus hijos e hijas cargados y cargadas  a la altura  de sus cinturas, engalanadas todas ella con diademas de espigas doradas; son ellas nuestro pan, nuestro alimento, nuestro sustento en nuestra casa la tierra, el planeta tierra. En cualquier dirección, donde descansa la mirada, veo tu amor hecho fruto: Las piñuelas en los cercos, los ayotes perdidos en el monte unidos a sus guías, las papayas hechas “puño” en el cuello del papayo, las jícamas disfrazadas de tierra blanca,  los limones amarillos que han madurado con el tiempo; veo Señor con otros ojos lo que siempre se ha dado frente a ellos: “No busquen a Dios, dijo el Maestro. “Limítense a mirar…y todo les será revelado”. “Pero ¿Cómo hay que mirar? “Siempre que miren algo, traten de ver lo que hay en ello, nada más”. Los discípulos quedaron perplejos, de modo que el Maestro lo puso más fácil: “Por ejemplo, cuando miren a la luna traten de ver la luna y nada más”. “¿Y qué otra cosa que no sea  la luna puede uno ver cuando mira a la luna? “Una persona hambrienta podría ver una bola de queso. Un enamorado, el rostro de su amada. Un idealista una luna enjabonada y un niño a una señora que le debe dar pan: “Luna dame pan, si no tenés, andá al volcán”.

Por lo tanto, nunca se tiene la mirada perdida, porque toda mirada ve hacia un horizonte, real o imaginario. La mirada no está vacía, está llena de recuerdos, experiencias, vivencias que se mecen en el trapecio escondido, sostenido en el árbol de la vida y en el árbol del bien y del mal. La mirada nos delata porque deja ver de lo que estamos llenos, repletos, saturados. La mirada libera cuando incursionan otros horizontes, esos que nos están prohibidos por la moral, la religión, la sociedad, nuestros tabúes y temores. La mirada es la puerta de lo posible, de la utopía, de lo que no es pero puede llegar a ser. Miremos siempre hacia adelante, nunca para atrás.


La mirada es la luz de nuestros pasos, la brújula de nuestros caminos. Podemos caminar por las sendas que están llenas de espinas y a eso le llaman sacrificio. Podemos caminar por las sendas resecas de verano y a eso le llaman desolación. Podemos caminar por las sendas con el lodo hasta los tobillos y a eso le llaman pecado. Podemos caminar por las sendas llenas de flores y a eso le llamamos paraíso. Podemos caminar sobre las sendas que se forman en el agua y a eso le llamamos milagro. Podemos caminar por las sendas de la imaginación y a eso le llamamos idealismo. Podemos caminar porque tenemos pies, pies humamos, pies que tropieza, se lastiman, pies que nos sostienen y nos ponen en la senda que nos lleva hacia el Padre, para que lo conozcamos y lo amemos más. “Dios tiene un gran defecto: No puede dejar de ser Padre” (Papa Francisco).

2 comentarios:

  1. Padre Oscar, por favor siga publicando. Sus palabras nos hacen mucho bien. Saludos desde el Emiliani.

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