Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

28 de mayo de 2014

María de Magdala es su nombre.

Ella es “la preferida por Dios”. María Magdalena es su nombre, pero su nombre sólo es María, pues Magdala es un pueblo de la provincia norteña de Galilea;  a ella se le dio el nombre de su lugar de origen, Magdala, “pequeña ciudad pesquera de la costa oriental del lago de Galilea, entre Cafarnaúm y Tiberiades”. Magdala es un topónimo que se hace su segundo nombre. Esta práctica de convertir el topónimo, es decir, el nombre propio del lugar, en segundo nombre o apelativo, es una práctica de las culturas antiguas para hacer sobresalir al personaje, para denotar, indicar o significar que es una persona importante en la comunidad: Jesús de Nazaret, Simón de Cirene, Pablo de Tarso, José de Arimatea, María de Magdala etc. Por este dato, el escritor bíblico y la comunidad cristiana, quieren hacer sobresalir a María de Magdala como una persona importante en la comunidad de discípulos y discípulas de Jesús.

Ella, como María, la madre de Jesús, es Galilea. Ella formó parte de ese grupo privilegiado  de hombres y mujeres que experimentó el cariño y el amor de Jesús.  Este grupo mixto que integraban estos hombres y mujeres alrededor de Jesús forma parte de esa “renovación del judaísmo del siglo I”; ellas y ellos lo dejaron todo para seguirlo, porque “ese hombre”  les había dado todo lo que necesitaban para vivir y ser  felices: “En el siglo I estaba mal visto que un maestro enseñara la Biblia a mujeres, y que además se dejara acompañar por ellas. “Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15,40-41). Esto lo afirma San Marcos al final de su evangelio como dato, Junto a la cruz están sus discípulas y algún discípulo, los demás lo habían abandonado.

“Las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas que se reunían para comidas comunes, eventos de oración y encuentros de reflexión religiosa con el sueño de liberar a toda mujer en Israel. Fue precisamente esa corriente emancipadora del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como discipulado igualitario de hombres y mujeres, en el que éstas desempeñaron un papel central y no puramente periférico”. Ellas lo siguen y el seguimiento a Jesús es la primera condición del discipulado (Lc 8,1.3: Mt 27,55-56: Mc 15,40-41). “No eran mujeres locales, que al enterarse de su muerte se habían reunido espontáneamente a contemplar el macabro espectáculo, sino mujeres de Galilea, que habían viajado con Jesús y sus discípulos a Jerusalén para celebrar la fiesta de Pascua (Mc 10,1-11,11). Ella es, además, una persona que se ha ido liberando poco a poco del dominio patriarcalista, ella no aparece en referencia a un varón como en otros casos de mujeres.

La segunda característica del seguimiento es el servicio. Ellas no hacían “oficios de mujeres”: No cocinan, no hacen mandados, no sirven la mesa, no lavan los platos o cosen la ropa; esas tareas no eran consideradas femeninas en el grupo de Jesús, sino masculinas, así lo presentan los evangelistas: “muchas de estas funciones en el grupo las cumplían los varones. Así, los discípulos aparecen sirviendo la comida (Mc 6,41), recogiendo las sobras que quedaban (Jn 6,12), comprando alimentos (Jn 4,8). Éstas, pues, no se consideraban tareas femeninas. El discípulo o discípula sirve a la comunidad y en ella todos los servicios son importantes y no están determinados por su condición sexual. Se sirve por convicción y no por obligación. Lo seguían para servirle.

Servir no se reduce a cumplir tareas domésticas, sino en poner toda nuestra vida y toda nuestra persona al servicio del Evangelio, de la misión, del encargo que Jesús nos ha dejado después de su resurrección. “Servir, en el lenguaje evangélico, equivale a dar la vida por los hermanos y hermanas, pero cumpliendo una misión evangelizadora. En el lavatorio de los pies Jesús une servicio y misión: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo” (Jn. 13, 13-15). El amor a las personas próximas se pone en obras y no sólo en palabras. En el cristianismo hay un principio de igualdad y, emancipación donde no la hay.

Ser testigos y testigas de la resurrección es la tercera característica. Ella, María, como la llama el resucitado, es discípula del Nazareno y apóstol del resucitado, se le encomienda la misión de anunciarlo como el que vive, como el que ha vencido la muerte y que les espera en Galilea. Jesús le llama por su nombre y ella pasa de la oscuridad a la luz, su amor la lleva a buscarlo entre los muertos, pero él vive, ha sido resucitado por la justicia de Dios y vive en la comunidad y en cada persona que la forma. El resucitado vive en la Iglesia y nos ha dado un abogado, el Espíritu de verdad: La verdad debemos entenderla como “la absoluta transparencia, la coherencia de vida, la autenticidad”, El Espíritu Santo confirmará la misión de Jesús y la nuestra como sus seguidores y seguidoras.

María es una mujer liberada de los siete demonios (Mc. 16, 9-15). Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz o tener una enfermedad incurable. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima; “en el vocabulario de la antigua aritmología representa la plenitud de todos los males. Y, sin embargo, Jesús la estimó mucho y derrochó abundancia de bondad con ella”. El amor con amor se paga, no hay de otra forma si se es agradecido o agradecida como María de Magdala.


Finalmente  a través de la experiencia de Magdalena con el resucitado (Jn. 20, 11-18), se comprende el proceso que vivió la comunidad cristiana de discípulos y discípulas en su fe y en la comprensión de la resurrección. La comunidad busca al Señor, desconsolada y abandonada donde no se encuentra,  él no habita entre los muertos, la tumba está vacía, él ha resucitado. Jesús estaba frente a la comunidad pero no lo reconocían ni lo aceptaban porque miraba hacia atrás.