Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

22 de enero de 2013

Vivir cristianamente es vivir el Evangelio día a día (Jn. 2, 1-11).


 Todo seguía igual, pero todo era distinto, todo había cambiado. La vida seguía su rumbo, independientemente del lugar donde se viva, la vida continua como manantial que riega nuestras resequedades. La vida sigue floreciendo a pesar de nuestra tierra árida, la vida sigue viviendo e invitándonos a vivir. 

La vida es independiente y libre; la vida se va haciendo en su metamorfosis. La vida seguía su rumbo, pero hoy sí, dependiendo con quien se viva, al lado de quien se viva y a quienes se entregue la vida sirviendo. A pesar del calor asfixiante, del sol abrazador del Puerto, la brisa refresca, la brisa se mete en cada espacio abierto, en cada relación humana, en cada espacio donde se puede ser “uno más” con las y los “uno más”, que siempre son las y los tenidos en menos.

Nuestra vida es como la marea, a veces con sus altas mareas o con sus bajas, pero eso no significa que seamos hijos e hijas de la Luna. Nuestra vida es como los ríos, a veces con grandes crecidas que arrasan y arrastran todo a su paso o a veces con un caudal tímido, como hilo invisible que se esconde entre las piedras. Nuestra vida es como el día,  a veces con mucha claridad y a veces lleno de nubes y oscuridad. Pero nuestra vida es profunda como el mar, dinámica como el río y elevada como el cielo. La vida, mi vida, ésta que hago mía con el favor del Creador es como la tierra con sus accidentes: Plan, ladera y playa.

Cuando todo va bien y las cosas nos salen como pensamos, estamos en “plan”; todo está planeado, todo está planificado; la alegría es la sonrisa del bienestar. Cuando la vida es pesada, cuando hay tropiezos, cuando sólo encontramos piedras, cuando la vida se nos hace hacia arriba y agotadora, desgastante en vano, estamos en “ladera”. La desilusión, el dolor y la frustración hielan el espíritu humano y lo endurecen con la indiferencia, como un “estoy bien” y nada más. La playa es el bienestar, la libertad, el horizonte sin ataduras y represiones, controles y sin sabores. En la playa la vida se ve sin obstáculos la satisfacción alimenta la esperanza de un mundo y un estado de ánimo distinto. La vida lo es todo, en la vida hay de todo y el “Magis” de la vida está en no darnos nunca por vencidos. Ya no te llamarán “abandonada”, ni a tu tierra “desolada”; a ti te llamarán “Mi complacencia” y a tu tierra “desposada” porque el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra…” (III Is.62, 1-5).

Siempre ha habido  una separación entre utopía y realidad, parece que la realidad se impone a la utopía pero ésta trasciende el pesimismo de la realidad y su mediocridad. Como personas tenemos sueños, ilusiones, ideales, anhelos, queremos por fe, “ver lo posible en lo imposible” y cuando dejamos de soñar y el sudor recorre nuestro cuerpo, sentimos el cansancio en nuestro pies y en nuestro cerebro, cuando la palabra se usa no sólo para bendecir, sino también para maldecir, renegar, murmurar; cuando ya no hilvanamos ideas y palabras, entonces nos damos cuenta que con la fe debe ir el amor, porque el amor es “hacer lo posible en lo imposible”. La fe y el amor hacen crecer a las personas, a las comunidades, a las naciones y especialmente a la Iglesia, si por fe y amor buscamos el bien común: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades pero Dios, que hace todo en todos es el mismo…” (Cor. 12, 4-11).

El Evangelio de San Juan afirma que Dios hizo su casa en medio de su pueblo, de los suyos, de la humanidad.  Cuando uno construye una casa, una vivienda, es para quedarse en ese lugar, habitarlo y compartirlo; lo lastimoso de esta presencia silenciosa y casi inadvertida de Dios en Jesús, es que “los suyos no lo recibieron”, es decir,  aquellas personas por las que se da la opción de Dios, su kénosis, su abajamiento, su encarnación. Eso de ir por la vida en la multitud, como uno más, es evangélico, no por la humillación, sino por la sencillez,  porque el “mundo” no les reconoce ni respeta, no les acepta ni valora. Jesús, dice el texto de San Lucas, como hombre creyente se acercó a Juan, al profeta del desierto, al profeta de la conversión, al profeta del bautismo de agua: “Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado…” ( Lc. 3, 15-16.21).

Hay un dicho popular en Honduras referido a personas que están en todo: “Cucharita de toda olla”, es decir,  que se meten en todo y hasta en aquello a lo que nadie les invita.  Ser “cucharita de toda olla” es ser “shute”, “meque”, metido, es ser una persona  solícita, que está pendiente de todo, preocupada porque todo marche bien, es ser una persona solidaria y servicial como  María en las bodas de Caná. María nos invita a ser como ella, personas atentas, serviciales y solidarias aunque nos califiquen de “shutes”. Ella con su palabra libre y liberada nos invita a “hacer lo que él nos diga”.  A partir de esta actitud de escucha y de práctica, de fe y amor, de conversión y compromiso, vamos a descubrir al Señor Jesús como “uno más” en la fiesta de bodas de Caná de Galilea.

María, Jesús, sus discípulos y discípulas no se apartan del mundo, no se aíslan, no están presentes sólo cuando hay rezos, novenas, velorios y procesiones; no sólo cuando hay dolor y sufrimiento, sino cuando la comunidad está de fiesta, de banquete, está compartiendo la alegría sea de boda o de bautismo, de confirmación o de quince años. Los discípulos y discípulas del Señor debemos ser como él, personas felices, alegre, sonrientes, serviciales, amables y solidarias. Solo quienes sirven, según el texto de San Juan, “hacen lo que él les dice” y sólo son esas personas serviciales quienes se dan cuenta del milagro, de cómo el agua se ha convertido en vino: “En cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio…”.  

Con esta primera señal milagrosa Jesús inicia una nueva etapa en su vida, a partir de ese convivio, de esa fiesta “las cosas seguían igual, la vida seguía su rumbo,  pero todo había cambiado”, ya no regresó a su mundito privado y cómodo; descubrió que el mundo es la casa de Dios y que las personas humildes y sencillas como aquellos y aquellas que “llenan las tinajas de piedra_ de unos cien litros cada una,  que servían para las purificaciones de los judíos”_ con agua que se convierte en vino son las únicas que dan testimonio de ese milagro. La fe es ver lo posible en lo imposible, como María, pero el amor es hacer lo posible en lo imposible como Jesús.