Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

27 de noviembre de 2012

El Águila imperial frente al Cordero de Dios.

“Mi Reino no es de este mundo”. Esta afirmación que el evangelista Juan pone en boca de Jesús, más que un diálogo es  un discurso sobre su identidad ante Poncio Pilato. Este texto ha sido por muchos años y por muchas décadas mal interpretado, haciéndonos creer que el seguimiento al que nos invita Jesús es apolítico, que la fe no tiene nada que ver con los problemas sociales que enfrentan cada día millones de personas en el mundo, personas vulnerables, pobres, explotas, acosadas, esclavizadas por sistemas opresores. Muchos imperios han hecho suyo el símbolo del águila imperial y Roma no es la excepción. El águila, símbolo imperial, está frente al cordero. El águila imperial es el antagonista del codero de Dios protagonista de un nuevo orden social y religiosos. El águila condena y martiriza al cordero y cree que con la condena política ha vencido al adversario.

“Mi Reino no es de este mundo” debe entenderse no como  rechazo a la dimensión política que tiene todo ser humano, porque lo que menos tiene el seguimiento  de Cristo es indiferencia. No debe entenderse como separación  de lo espiritual y lo mundano o material; no debe entenderse como que el reinado de Dios es en el más allá y no en el más acá, que su reinado es espiritual  y en la otra vida.  Que el reinado de Dios es sólo escatológico. Así se ha interpretado esta afirmación de Jesús, nada más alienante y tergiversado; nada que ver con la verdad del Evangelio. El reinado de Dios no se reduce a una realidad escatológica, tiene sí, una dimensión escatológica, pero la escatología como manifestación plena y futura de Dios no carece de pasado ni de presente. Si bien es cierto que la escatología es el tratado de las realidades últimas, no es menos cierto que esas realidades últimas y definitivas comienzan aquí y ahora. El futuro lo es porque tiene presente. No hay árbol que dé frutos sin tener metidas las raíces en la tierra.

“Mi reino no es de este mundo” debe entenderse como “mi reino no es al estilo  o manera de este mundo”,  no está fundamentado en la opresión,  la exclusión y corrupción; no está cimentado en el poder como dominio, en la violencia, el odio, el egoísmo y el fanatismo religioso o político. No se edifica sobre la soberbia, el orgullo, el prestigio, en la lucha por los primeros puestos en la sociedad. “La gloria de Dios” es que el ser humano tenga vida mucha y plena; la gloria de Dios es que los pobres vivan no mueran; la gloria de Dios es el rostro del ser humano honesto, honrado, correcto, justo,  que ama la paz, la justicia y la verdad. Jesús afirma tajantemente que es Rey y que para eso ha nacido, que ha venido al mundo para ser testigo de la verdad y que “todo el que es de la verdad,  escucha su voz (Jn. 18, 33-37). La verdad es la luz verdadera que ilumina a todo ser humano que ama y sirve a Dios.

El reinado que propone Jesús, el reinado de Dios,  está edificado sobre la verdad, la justicia, el amor y  la paz; está cimentado en la equidad, la igualdad, el respeto. El reinado de Dios es como una casa edificada sobre roca sólida y firme, no sobre arena o lodo, que es el material que hemos utilizado, por muchas décadas, para estructurar la política; en lodo  y arena es en lo que hemos convertido la llamada “preocupación por el bien común”.

El cristianismo siempre ha sido humano céntrico, es decir, siempre ha tenido como preocupación central  y prioritaria al ser humano y la humanización de las estructuras sociales, políticas y económicas creadas por éstos mismos seres humanos.  Jesús une anuncio del reinado de Dios y acciones que hacen creíble esa buena noticia del reinado de Dios en medio de los y las pobres. No existe futuro desarraigado del presente; en el presente se edifica el futuro al estilo de Jesús. Jesús anunciaba el reinado de Dios desde las condiciones materiales en las que vivían, en su presente, muchas personas de su época. El juicio político que Pilato hace a Jesús, presionado por los líderes religiosos partidistas, es el que nos presenta San Juan recordando aquella “mañana de abril del año treinta”. Nos presenta a un hombre bueno e indefenso ante el representante del poder imperial romano del siglo I. Un hombre prepotente, orgulloso, cobarde, oportunista, manipulador y  diplomático. Un hombre cegado por el poder y el temor ante la verdad y la justicia.

Jesús afirma que “si su reino fuera de este mundo” o como los de este mundo, “mis servidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos”. Sería, por ende, un reinado fundamentado en la violencia, el sometimiento, y la injusticia. Ni los dirigentes judíos ni Pilato  escuchan la verdad, porque no escuchan la voz de Jesús. El reinado de Dios y el reinado de Jesús “no es de aquí”,  no porque no sea posible, puesto que los “insumos” ya están presentes para el futuro, pero no es ni puede ser como los de aquí. Quizá nos ayude a comprender mejor la afirmación que el texto propone inmediatamente: “Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.

En su autocomprensión Jesús no niega que es , maestro, Señor o Rey y que para eso ha nacido, lo que niega es el modo de proceder de los grandes y que entre los futuros cristianos las cosas deberían ser de otra manera:  “Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el de ustedes que quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos; hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre.» (Mt. 20, 20-28).

Mi Reino no es de este mundo porque no usa la violencia, no se impone. Jesús quiere hacer notar la diferencia y casi una ruptura entre la dominación, que es lo que representa Pilato y los sumos sacerdotes, y el servicio, eje central de la opción de Jesús. El poder para Jesús es el servicio incondicional por amor. Como lo va a presentar el salmista: Oh Dios, comunica al rey tu juicio, y tu justicia a ese hijo de rey, para que juzgue a tu pueblo con justicia y a tus pobres en los juicios que reclaman. Que montes y colinas traigan al pueblo  la paz y la justicia. Juzgará con justicia al bajo pueblo, salvará a los hijos de los pobres, pues al opresor aplastará….  Florecerá en sus días la justicia, y una gran paz hasta el fin de las lunas... Ante él se arrodillará su adversario, y el polvo morderán sus enemigos… Ante él se postrarán todos los reyes, y le servirán todas las naciones. Pues librará al mendigo que le clama, al pequeño, que de nadie tiene apoyo; él se apiada del débil y del pobre, él salvará la vida de los pobres; de la opresión violenta rescata su vida, y su sangre que es preciosa ante sus ojos. (Sal. 72)

Los cristianos y cristianas de los primeros siglos asumieron como propio e interpretaron la visión del profeta Daniel como referida a Jesucristo. Es verdad que hay un adviento precristiano presente en todo el Antiguo Testamento, porque Jacob, Israel, Judea, Samaria etc., esperaban un mesías salvador. Dos siglos antes de Jesús, Daniel tiene esta visión (Dn. 7, 13- 14): Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido”.
El género literario con el que está escrito el libro de Daniel es el apocalíptico. Este género no debe entenderse al pie de la letra, pues no es esa la intención del autor o hagiógrafo, más bien es un género subvertidor del orden establecido  e invita a la resistencia, a la esperanza, a la lucha contra la opresión y el dominio imperialista de los griegos. El profeta quiere desenmascarar, los peligrosos efectos de una ideología que pretende suplantar el poder y señorío únicos del Dios bíblico. La historia ha demostrado que tanto imperios como emperadores, reinos y reyes fenecen, pasan, se acaban, y eso no va a cambiar; que sólo una cosa es inmutable el poder, la gloria y el reinado de Dios a favor siempre del oprimido, eso nunca pasará”.